lunes, 19 de diciembre de 2011

El espejo


Un pequeño haz de luz entraba por la ventana, por el pequeño resquicio que quedaba entre las dos cortinas. Pero ese poco de luz le daba directamente a Efra en la cara, abrió un poco los ojos y luego los apretó con fuerza mientras se estiraba en medio de la cama. Había un par de colchas a sus pies, una sábana sobre él, abrazaba una almohada sobre la cual también reposaba su cabeza. Le encantaba quedarse remoloneando en su cama. Dio un par de vueltas antes de por fin decidirse a levantarse, bostezó de manera escandalosa, mientras se miraba en el espejo. Hizo un par de muecas y observo su rostro marcado por la almohada. Se aliso la piel con las manos y observó de nuevo. Su rostro estaba más anguloso, más marcado cada uno de los vértices de su mandíbula. Sus pómulos no habían cambiado mucho, pero no eran los mismos de siempre. Era como que si fuera alguien más, mucho más atractivo. Pero no, seguía pareciendo él mismo, sólo que un poco diferente.

No era la primera vez que esto sucedía, es más, hacía un par de día había despertado con unas ligeras ojeras, como sus ojos se veían más hundidos, se dio cuenta de que sus párpados eran algo gruesos. Su rostro tenía un aire tristón. Ese día había pasado tristeando todo el día, bueno al menos así le habían dicho. Era como que si su rostro reflejara su personalidad de ese día, no quería decir humor porque era algo más pasajero. Era como si hubiera algo de sí mismo, refiriéndose al físico, que no conocía y que descubría al verse por la mañana en el espejo. Reflejaba un aspecto de su personalidad, o no sabía si el cambio en su personalidad era después de darse cuenta de esos pequeños detalles, que no sabía si pasaban desapercibidos o simplemente eran cambios que sucedían por la noche. Siempre hay algo de nosotros mismos que no conocemos, pero no había conocido a nadie que le sucediera con su físico. Ese día en que su rostro se veía tan triste, todo lo veía gris, el cielo lleno de nubarrones. Parecía que el universo entero conspiraba en su contra.

Recordó otro día en el que al verse en el espejo, notó lo alto que era, podría decir que estaba más alto, pero eso no era posible, como se lo recordó a un amigo que le hizo un comentario sobre su altura. Para empezar “ya hacía un par de años había cumplido la edad límite del crecimiento en los seres humanos” y no era posible crecer mucho en una noche, al menos para hacerse tan notable. No sólo se sentía más alto en su apariencia, se sentía más elevado intelectualmente, como que si fueran de la mano. Eran cambios raros, pues se sentía más seguro de si mismo en las cosas que decía, se sentía mucho más original y sobre todo mordaz. Tenía la respuesta correcta para dejar apabullados a quienes osaran contradecirlo. Era superior a todos, a todo nivel, inclusive se había superado a sí mismo.

Era acaso el espejo el que le hacía ver esas cosas, podría ser. Un espejo mágico que le mostraba detalles de sí mismo que no había visto antes. Era extraño y misterioso, conocer detalles de uno mismo, que no sabías que estaban ahí. Se puso a pensar que ni siquiera se conocía a sí mismo bien, cómo pretendía entonces conocer a los demás. Tendría que ver a una persona todos los días para poder lograr eso, y aun así habría cosas ocultas. Ocultas a propósito, y ocultas porque ni siquiera ellos las podían apreciar. Se vio de nuevo en el espejo, ese era el único que conocía cada uno de los detalles su físico, porque los reflejaba todos con fidelidad, pero acaso también conocía esos detalles de su personalidad y por eso le daba más realce a aquellos que pasaba desapercibidos conectándolos con otros detalles que no podía apreciar. Le estaba empezando a dar un pequeño dolor de cabeza. Hoy no se sentía con ganas de pensar demasiado, más bien se sentía con ganas de conquistar a alguien. Tal vez sí, su espejo le estaba diciendo que era tiempo de buscar a alguien para conocer tanto como él lo conocía. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sin título


En medio de la oscuridad observaba las sombras de la sala de su amiga, acostada en el sofá apenas si podía moverse. Sus amigas eran unas inmaduras, mira que pelearse por tantas niñerías, ni siquiera habían podido terminar de estudiar. No soportaba estar un minuto más junto a ellas, así que tomó sus cosas y se fue a la sala a dormir.  No sabía en qué momento había empezado a pensar de manera diferente, solamente lo había hecho. Tenían todas la misma edad, pero ellas seguían siendo unas niñas, ella se sentía más grande, más madura, ya toda una mujer. Se rió de sí misma al pensar eso, mira que sentirse toda una mujer y seguía siendo virgen. Alguna de sus amigas ya habían dado ese paso, pero ella seguía esperando, y aun así era más madura que ellas. ¿Qué es lo que de verdad nos hace crecer? Definitivamente ese tipo de experiencias no lo hace. Recordó de nuevo a sus amigas, muy probablemente estarían durmiendo, tal vez habían cuchicheado hasta el cansancio sobre su extraño comportamiento. Debía darles algún tipo de lección, algo para que aprendiera, un discurso tal vez. No, ya les había dado uno antes de irse a dormir a la sala.

Mientras estaba sumida en sus pensamientos escuchó unos ruidos sordos detrás de ella, parecían pasos amortiguados, con la intención de hacer el menor ruido posible. Se incorporó de pronto, y vio al tío de su amiga detrás de ella. Era injusto decirle tío, apenas tenía veintitrés años, pero para ella que tenía diecisiete lo miraba ya como un adulto hecho y derecho. Vestía con un pantalón de pijama a la rodilla, una camiseta e iba descalzo. Ella se lamentó de estar usando un pijama de color rosado, muy infantil, aunque la pequeñísima pantaloneta a juego le hubiera ayudado a no parecer tan niña, si no fuera por los cerditos estampados en ella.

- ¿Qué haces durmiendo aquí sola?
- Tuve una pelea con las chicas, y preferí dormir aquí.
- Vaya, eres valiente para quedarte aquí. Yo hubiera podido dejarte dormir en mi cuarto.
- No… - Dijo mientras se sonrojaba. – No, gracias. No creo que fuera lo más correcto.
- Bueno, yo decía. – Dijo mientras se acercaba a ella. – Al menos puedo hacerte compañía, no puedo dormir y me haría bien un poco de plática.
- Sí, eso sí podrías hacer.
- Se nota que eres diferente a mi sobrina, y todas sus amigas. Ya te ves como toda una mujer. – Dijo mientras se sentaba junto a ella. – Actúas diferente, lo noté desde hoy por la tarde.
- Gracias. – Se sonrojó un poco y vio como sus ojos centelleaban en la oscuridad.
- De nada. Aparte eres muy linda. – Levantó su mano y le alejó un mechón de cabello del rostro, lo colocó detrás de su oreja que luego acarició con el dorso de su mano.
- Gracias. – Quitando la mano del muchacho con un rápido movimiento. Sabía que eso no era correcto.
- No tengas miedo, me di cuenta de cómo me mirabas hoy por la tarde.
- Te… Te diste cuenta. – Dijo en un hilo de voz, recordó que por la tarde lo había visto con interés, pero al devolverle el la mirada la evadió con rapidez. La verdad es que lo encontraba muy guapo, había algo en sus ojos avellana que le atraían a posar los suyos sobre ellos.
- Claro que me di cuenta. ¿Sabes algo? También me gustas, eres muy linda, ya te lo dije hace un momento.
- Gra… Gracias. – Cohibida como estaba apenas si podía abrir la boca para articular las palabras. Se quedó mirando al suelo. No se atrevía a verlo, aunque la oscuridad impedía que viera lo roja que se había puesto, sentía el calor emanar de su cuerpo. De nuevo la mano del muchacho le tocó la cara, esta vez con los nudillos le levantó el rostro. Sin decir nada más le plantó un beso, aturdida no sabía si moverse o no. La mano de él se deslizó de su rostro a su cuello, y la otra fue directo a su cintura. Notaba como la acariciaba con firmeza, como poco a poco su mano tomaba su cadera y se deslizaba debajo de su blusa. Decidió responder de alguna manera y puso una mano sobre su hombro y la con la otra en su costado. Lo cual pareció alentarlo, pues la besaba con más ahínco, y sus manos seguían deslizándose acariciando diferentes partes de su cuerpo. Decidió imitarlo, lo hacía con nerviosismo y por ende con torpeza, no sabía hasta donde estaba permitido tocar, aparte de que había una pequeña voz en su cerebro que le gritaba que se detuviera.

El muchacho en un alarde de hombría exacerbada se quitó la camiseta, aunque en medio de la penumbra no podía distinguir mucho, decidió tocar su torso con apenas las yemas de sus dedos. Sabía que eso iba para más, y que el hacer eso lo había alentado a continuar, que fue exactamente lo que hizo, dándole un par de besos en el cuello, tomó sus caderas con las dos manos, para luego subirlas para deslizarle la blusa, lo cual fue demasiado para ella. Se cubrió el abdomen de nuevo, y agachó la cabeza negando suavemente.

- ¿Qué te sucede? ¿Tienes miedo?
- Negó de nuevo con la cabeza sin atreverse a levantar la mirada.
- Desde que te vi dije, esta carne ha de ser mía. – Mientras lo decía la volvió a tomar por las caderas. Volvió a verlo a los ojos y vio ese brillo malicioso, como si fuera un gato en medio de la oscuridad.
- No quiero… No quiero que mi primera vez sea así, te imaginas que bajara alguien ahora. En la sala de mi amiga, con su tío. No. No puedo.
- Bueno como quieras. – Dijo con aire ofendido. – Pensé que eras diferente, pero sólo eres una niña.

Luego de decir eso se levantó y se fue, dejándola sola de nuevo. Tenía razón, sólo era una niña, en que estaba pensando al sentirse madura. Aunque el no dejarse llevar por esos impulsos demostró un tipo de madurez diferente, no sabía si se lo decía a sí misma para consolarse o era cierto lo que pensaba. Observó la camiseta que estaba junto a ella, la tomó y regresó a la habitación de su amiga, en silencio guardó la camiseta dentro de su mochila y se acostó en dónde pudo. Decidió no contarle nunca a nadie lo que había pasado. 

sábado, 12 de noviembre de 2011

¡El diablo me habló!

Todos los discursos de pseudo-evangelización empiezan con un ¡Dios me habló! pues a mí ¡El diablo me habló! No piensen que vino hasta mí en medio de una nube azufrada, vestido de negro, con esa figura, digamos diabólica, con que se le pinta siempre. Vino a mí y me habló en mi mente, en mi interior, pues así como Dios vive dentro de cada uno de nosotros, es normal que el diablo también viva dentro de cada uno de nosotros. Es casi como una decisión personal el dejarlo que rija y mande en nuestra vida. Vino al filo de la media noche, justo cuando más solo y vulnerable estaba. Sabía que no era parte de mi pensamiento porque era una voz diferente, una voz dulce y seductora, una voz que inundó cada uno de mis pensamientos. “Estoy feliz de que me puedas escuchar” dijo “Pero me tiene mucho más feliz que la gente no pueda diferenciar mi voz de la del buenazo que no puedo nombrar, pues la simple mención de su nombre me hiere como si fuera a morir. Dicen que hablan en nombre de Él, cuando en realidad lo que sale de su boca no es más que palabras que yo pongo en su boca, inspiradas por mí, su saliva se convierte en veneno, su labios en instrumentos diabólicos, su alma está en completo control mío. Dicen que hablan en nombre de Él, pero el mensaje no puede estar más alejado de él, pues es posesión mía. Dicen que Él les habla, se lo dicen a los demás, pero su mensaje está lleno de odio, de discriminación, de miedo, de ira, de venganza, de ignorancia, justo todo lo que soy yo.” Hubo un silencio durante el cual yo no sabía ni siquiera que pensar, cuantas veces no había oído yo esos mensajes, cuántas veces no había dudado de que de verdad fuera palabra divina lo que oía, y ahora ahí estaba la respuesta. “No escucho que me respondas, recuerda que puedo pensar, oír, ver y sentir lo mismo que tú, pero no podemos entablar un diálogo si no me contestar a vivo pensamiento, pues es muy diferente que lo pienses para ti, que lo pienses para mí, pero te daré más cosas en que pensar, así, tal vez te animas a contestarme. De su boca viene su condenación, bien dijo su hijo, que nada de lo que entra al cuerpo hace que un hombre se pierda, sino más bien lo que sale de su corazón. Su corazón lo domino yo.” Pero si es así, por qué hablan tan mal de ti, no se dan cuenta de que eres tú quien habla. Repliqué en mi mente, la vibración de mis pensamientos le llegó de inmediato, pues contesto sin chistar. “Ellos creen que están actuando bien, ellos creen que saben lo que dicen, ellos creen que es Él quien les da esos mensajes, pero crees que les mandaría odiar a sus propios hermanos de creación, crees que le mandaría infundir el miedo en ellos. Ellos son tal vez los peores, pues hasta sus intenciones son buenas, a veces lo que logran es bueno, pero por el método erróneo, bueno, erróneo para Él, el idóneo para mí. Logran que se alejen de mí por miedo, por el miedo a mí, a mi castigo eterno” Pero si lo que logran es bueno, por qué sigue siendo malo, no es cierto eso de que el fin justifica los medios, y si al final todo sale bien, no debería de importar como lo lograron. Contesté en un tris. “Claro, claro, pero qué tan buenas son sus intenciones. De verdad lo hacen para vencerme, o lo hacen por algo más. Bendigo el día en que inventaron el dinero, porque él corrompe todo, acaso no muchas personas con el afán de volverse más ricas lo usan a Él. Terminan también siendo parte de mis vasallos” Luego de eso ya no dijo nada, ni siquiera se despidió, me quede pensando en si alguna vez había sido como esos. Conocía a muchas personas que encajaban perfectamente en ese perfil. No sabía si responderle algo, o dejar la pequeña conversación hasta ese punto, mientras esperaba, un aletargamiento profundo se apoderó de mí, sentía mis parpados demasiado pesados y me quedé profundamente dormido.

viernes, 21 de octubre de 2011

Nonato

Con el presente cuento gané el primer lugar en mi categoría del concurso "Arte Por La Vida" de la Asociación Pro Vida (APROVI), está incluido dentro de la antología "La Trascendencia del No Nacido" junto con los demás ganadores del concurso. Los derechos de este cuento dejaron de ser míos al momento de concursar, pero al no obtener ningún beneficio por su publicación en este medio y haciendo la anterior aclaración, creo que puedo compartirlo.
Eran las dos de la mañana, y aún así no podía dormir. Instintivamente se ponía las manos sobre el vientre. La película que estaba en el televisor era alemana, austriaca, suiza, o algo por el estilo, hablaban en un idioma extraño, eso era lo interesante. Una historia de adolescentes, con escenas para adultos, no le extrañaba nada. Un plato con media cena fría descansaba sobre la pequeña mesa al centro de la habitación. Recostada sobre el sillón, tenía la vista fija en el televisor, las imágenes que veía no significaban nada, las voces le llegaban en un idioma que no entendía, el tono de voz era lo único que le transmitía algo. Apenas si tenía ánimo para ponerle atención a las imágenes, mucho menos de leer los subtítulos. Una de las chicas lloraba, tal vez por algo importante, tal vez por una niñería.
Su cuerpo estaba cansado, pero su mente seguía trabajando. Sus padres dormían, se levantó y caminó hacía su habitación, se asomó por la puerta entreabierta del dormitorio. Era extraño verlos así, hacía dos semanas que les había dicho que estaba embarazada. Recordaba el miedo que sentía de confesarles eso. En esos momentos, no tenía idea de cuál sería su reacción exacta, lo que sí sabía era que no sería buena, y en eso no estaba tan equivocada. Su madre tal vez fue la peor, tuvo días de enojo, momentos de tristeza, instantes de auténtica ira, ratos de decepción, todo aderezado con lágrimas, pero sobre todo, un periodo largo de silencio. Desde hacía varios días no le dirigía la palabra. Luego de largos sermones interminables, ese silencio era lo que más dolía. Significaba que no tenía nada más que decir, que se había dado por vencida. Era el punto máximo de la decepción, ya no tenía palabras que expresaran lo que sentía.
Su padre de otro modo, muy diferente, había logrado demostrar su dolor. Después de ese amargo momento de la confesión, rompía cuanto tenía a su alcance. Era eso, o romperle la cara al novio de su hija. Los hombres suelen reaccionar de esa manera ante ese tipo de situaciones. Aún así, esos momentos de ira extrema, habían durado un par de días. Pasó por el mismo proceso del silencio por varios días, pero hacía un par de días había vuelto a saludarla. En ese momento no sabía si estaba enojado, solo sabía que ella ya no era la misma ante sus ojos. Se sentía más que sola, su madre ignoraba su existencia, su padre la trataba como si fuera una invitada dentro de la casa. Sentía el calor que salía de la habitación que había estado cerrada por lo que había transcurrido de la noche. Se sentía un poco mejor, tenía a sus padres junto a ella, y ellos estaban en paz. Se dio cuenta de que tenía la mano de nuevo sobre el vientre, se levantó la blusa y acarició su piel con un dedo.
Cerró la puerta y se alejó tratando de no hacer ruido. Regresó a la película, una de las chicas se estaba tomando medio frasco de pastillas, se aterrorizó al verlo. Recordó todo lo que había pasado por su mente luego de hacer la prueba casera, morir ella junto con el bebé fue una de las opciones, matar al bebé, o tenerlo. Cada vez que pensaba en una de las opciones pensaba en sus implicaciones, es decir, que pasaría con su vida, con la de los demás, con su entorno. Pensaba en el bebé, deseaba que fuera una niña, la imaginaba, regordeta y risueña. La veía crecer frente a sus ojos, volverse una chica de su edad. Tal vez ella no hiciera las cosas como ella, tal vez sería diferente, o tal vez haría las cosas igual. Se odió a sí misma por los momentos en que pensó en terminar con la vida de la inocente creatura. La vida, su vida, esa maravillosa cosa que crecía dentro de ella. Una lágrima nació en su ojo, recorrió su rostro y terminó al borde de su mejilla, dónde su mano la enjugó.
¿Qué le esperaba en la vida a su bebé? Se alegraba solamente con imaginársela dar sus primeros pasos, con su primera palabra, con su primer día en la escuela, con su primera amiga, con su primer examen, con su primer vestido, con su primera fiesta, con su primer novio, con su primera y única vida. Seguía pensando en una niña, muy parecida a ella, a cuántas personas tocaría en su vida. Esa niña tenía un plan, tenía muchísimas oportunidades delante. Tocó con la punta de sus dedos su vientre. Llevó sus dedos a su boca y los besó. Luego puso sus dedos debajo de su ombligo, donde creía que estaba la cabeza del bebé. Yo nunca te haré lo que me han hecho a mí. No hubo necesidad de decirlo, sabía que podía oír sus pensamientos. Se apoltronó en el sillón, y apagó la televisión. Debía dormir, no era justo para el bebé que ella siguiera despierta.
A la mañana siguiente su madre observó la escena desde la puerta, dudó unos momentos, y entró para recoger los platos todavía con restos de comida. Se quedó observándola, tenía las manos sobre su vientre, al darse cuenta de ello los ojos se le llenaron de lágrimas. Un ruido detrás de ella la hizo voltear con brusquedad, su esposo estaba detrás de ella, empezó a llorar con fuerza y se dejó caer en sus brazos, que la condujeron fuera de la habitación. Mientras salían entre sollozos, le decía. “Mira sus manos… ¡Mira sus manos!… Nunca debimos haberla obligado… Nunca, nunca… Ella no sabe que él bebé está muerto… Nunca, ¡Nunca!”
Es muy fácil sacarle a una madre un bebé del útero, pero es muy difícil sacárselo del corazón

viernes, 16 de septiembre de 2011

El sueño múltiple y creador de dios

Era el final del día, y estaba tan cansado que apenas podía mantener abiertos los ojos. Pero era algo que le agradaba, ya que al sentirse así significaba que había hecho algo productivo durante el día y había sido bien aprovechado. Si no se sentía así, significaba que no había dado el cien por ciento de sí mismo, o al menos eso pensaba. Se recostó en su cama con toda la ropa puesta, ni siquiera tenía ganas de quitarse todo lo que tenía encima. Bostezando se quitó los zapatos sin ni siquiera desamarrárselos. Comenzó el ritual de todos los días, si no hacía eso no podía dormir. En su mente repasó todo el día que había pasado, era otra cosa que lo ayudaba a descansar, era como librar su mente de recuerdos desmadejándolos y volviéndolos parte del aire. Trataba de recordar cada detalle, pero muchos se le escapaban. Luego de eso se quitó el cinturón y lo arrojó al suelo, mañana en la mañana arreglaría el tiradero se dijo a sí mismo. Verificó que la hora de su reloj de mesa fuera la misma que la de su reloj de pulsera y la de su celular. Estaba un poco obsesionado con el tiempo, luego de presionar los botones de cada uno de los dispositivos para que sonaran en una oleada unísona de alarma escandalosas, se volvió a tirar en la cama. Con una mano se desabotonó la camisa, mientras trataba de recordar más detalles de su día, en ese justo momento trataba de recordar que había desayunado. Luego recordó la ruta tomada hasta el trabajo, la cara de cada una de las personas que se había topado en el camino, pero la de la mayoría se había vuelto un borrón, como si estuvieran pintados y alguien con un pañuelo las hubiera tratado de borrar.

Cerró los ojos, pero no podía dormir todavía, tenía el cerebro sobre excitado por el esfuerzo del día, sumándole la necedad de tratar de recordar todo lo acontecido en el día. Así con los ojos cerrados se terminó de quitar la camisa y el pantalón. No quería abrir los ojos, pues sabía que luego de esos momentos de oscuridad, la luz lastimaría y cegaría por unos instantes sus cansados ojos. Luego de tantear buscando el interruptor de la pequeña lámpara de la mesilla de noche, logró apagarlo y abrió los ojos para recibir a esa cuasi oscuridad. Suspirando con lentitud se arropó con la única sábana que usaba y abrazó la almohada. Seguía con los ojos abiertos, tratando de hacer una anamnesis exacta y perfecta. Poco a poco los fue cerrando hasta quedar profundamente dormido, luego de entrar al famoso ciclo REM, uno de los mayores intentos de los científicos que complicar las cosas simples, y de clasificar y catalogar algo tan inclasificable como es el dormir y los sueños. En un punto de este ciclo comenzó a tener imágenes proyectadas desde su subconsciente, o comenzó a soñar, como lo prefieran. Pasaba algo curioso con sus sueños, todos los días soñaba y recordaba sus sueños, cosa que la mayoría de los demás mortales no podemos hacer. Citando de nuevo a los científicos desalmados, soñamos y no recordamos nuestros propios sueños, solamente una pequeña parte de esos sueños es posible recuperarla y traerla al día siguiente a nuestra parte consciente.

Esta vez soñaba que estaba en una pradera, o algo por estilo, muy idílica por cierto, con aves trinando y el verde tan intenso que parecía irreal. Flores de miles de colores, de un tono tan fuerte que parecían hechas con pegostes de tubos de pintura. Cerca de ahí pasaba un río, lo sabía por el sonido como de risas cascabeleantes del agua corriendo, se acercó al lugar de donde provenía el sonido, y vio un puente cerca de ahí, un puente tan viejo y desgastado que parecía que se sostenía solamente por arte de magia. Cada piedra llena de musgo y fango verde coincidía con sus vecinas, o al menos así lo era en las partes que no había sido desgastada por el agua y los años. Subió a la parte más alta, encima de una enorme piedra, justo al centro del puente y del río. Desde ahí observó el río, tan cristalino que podía ver el fondo, con piedras lisas, oscuras y grises, formando un mosaico amorfo en el lecho del río. Se bajó de ese lugar y terminó de atravesar el puente, con paso muy decidido, como quien realiza una tarea muy importante. Pero al posar el pie al otro lado se despertó de golpe.

El sol le daba de lleno en la cara, como era eso posible si estaban programadas a una hora exacta de la madrugada todas sus alarmas. No solía ver al sol nacer hasta estar ya dentro de su automóvil, y ahora lo miraba así, iluminando de lleno su cama. Pero esta no era su cama, se incorporó y observo a su alrededor. Esa no era su habitación, y obviamente esa no era su casa, había un tiradero de papeles, pinturas, pinceles, cuadernos, lápices, plumas, libros, escritos, apuntes, y cuanta chuchería de artista se pueda inventar en este mundo. Había unas prendas junto a su cama, incluida la ropa interior, revisó debajo de las sábanas y al ver que no usaba nada, la tomó y se la puso con prontitud. Al menos así si entraba alguien mientras husmeaba el lugar no tendría ningún momento demasiado incómodo. Se puso una camisa raída, y un pantalón con claras señales de haber sido utilizado para pintar con óleo. Observó los lienzos amontonados en un rincón, todos a medias, y sin firmar. Junto a ellos había una mesa, con muchos más papeles escritos a mano, esa no era su letra, ni siquiera se parecía en el mínimo de los trazos. Desprolija y con algunos caracteres difíciles de entender.

Tomó algunos y los ojeaba, mientras regresaba a la cama. Leyó el título de uno que le llamó la atención. “El sueño múltiple y creador de dios” Así, sin poner en mayúscula el nombre de Dios, lo del sueño lo inquietaba, comenzó a leerlo. “Pensemos en dios, no pensemos específicamente en un dios, ni pensemos que sea único y omnipotente, como en realidad lo es. Pensemos que es simplemente uno de nosotros con una capacidad creadora infinitamente poderosa, con una mente capaz de crear en una noche la vida de una persona nueva y diferente. No es la vida eso, apenas un sueño del que despertaremos a través de lo que llamamos muerte en cualquier momento. No seremos acaso parte del subconsciente de un ser superior, ya que no queremos decir que es otro humano como nosotros. Todos somos parte del sueño múltiple e interconectado del que llamamos dios, nos sueña a cada uno en una serie de sueños eternos, nuestra conciencia es su conciencia, que se toma el papel de cada uno de nosotros. Sueña nuestra vida, y sueña cada una de las vidas de las personas de nuestra vida. No precisamente al mismo tiempo, ni precisamente en orden cronológico, para algo es dios, y puede recordar cada una de las vidas soñadas aunque no sean consecutivas. Por eso es omnisciente, sabe lo que pasó y lo que pasará, porque ya lo soñó. Acaso nuestros sueños nos convierten en parte de nuestro creador, creando lo que él crea, juntos.”

No había nada más, el texto se quedaba sin conclusión, se tomó los cabellos entre los dedos, que sintió largos. Buscó un espejo, alguna superficie metálica al menos, encontró un trozo de espejo dentro de algo que parecía una escultura, y se vio, pero no era él mismo. Era alguien más, otra persona, parecido en algunos detalles, pero no era él. Cada vez estaba más asustado, y esa lectura del sueño múltiple y creador de dios lo había dejado más confundido. Recordó su sueño, el paso a través del puente. Su vida y esta vida no eran la misma, pero eran de la misma persona, entonces si eran parte de la misma vida. Acaso su vida anterior había sido un sueño, o esta era un sueño del que no podía despertar. Cerró los ojos y trató de dormir, para volver a soñar y regresar a su vida anterior, pero lastimosamente nunca volvemos a soñar la misma cosa dos veces, al menos en la misma vida.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Nunca juzgues un libro por la portada

Se detuvo con lentitud mientras pasaba al frente de la librería. Darle una ojeada a un par de libros, tal vez comprar uno, todo dependía de la pasta. Ella nunca estuvo de acuerdo con la frase “Nunca juzgues a un libro por su portada”. Eso era lo que ella hacía siempre, y no sólo con los libros, también con las personas. Ya dentro de la tienda llena hasta el techo de libros, clasificados por temática, público al que iban dirigidos, estilo de escritura, época y demás clases que ayudaban a los vendedores a ubicar un libro en específico, pero que sólo confundía a los visitantes y compradores. Un sillón por ahí y otro por allá, querían arremedar un estudio o una biblioteca de esas personas ricas que pueden darse el lujo de comprar un sin número de libros, y mucho más destinar una única habitación para albergarlos. Mientras inspeccionaba con una mirada los diferentes montones de libros acomodados en un desorden premeditado, llego una de las chicas, de las que nunca falta, a preguntarle qué deseaba, si buscaba algo especial, o cualquiera de esas frase que se saben de memoria los vendedores, y nosotros también. Luego de rechazar la oferta con un seco “No, gracias” ahuyentó a la dependienta de su camino.
Siguió observando los libros, de cuando en cuando se detenía luego de leer un título interesante o una portada con un arte que le gustaba, solamente si luego de darle una rápida leída a la contraportada, y únicamente si no perdía el interés en la obra leía la primera página o alguna de las del interior, luego de eso ya podía considerar comprar el libro o no. Usualmente no los compraba, pero sí lo hacía usualmente se arrepentía luego de poco tiempo. Hoy era uno de esos días en que no encontraba nada interesante, pasó por alto unos libros de poesía, huyó corriendo del área de humanidades, vio con desdén los libros de autoayuda. Al fin vio un libro al final de una estantería, el título fue lo que la atrajo, parecía una historia interesante. Mientras todavía tenía el libro en sus manos algo más atrajo su atención. Un hombre pasó justo frente a ella, lo observó con el rabillo del ojo, como quien seguía analizando el libro. Era un palmo y medio más alto que ella, le calculó unos 26 o 28 años, iba vestido con una camisa clara de manga corta, y unos pantalones de color azul oscuro. La forma en que le quedaba la ropa dejaba notar un cuerpo tirando a esbelto, pero con suficiente carne diría una de sus amigas. Su cara siendo graciosa no dejaba de ser varonil, una nariz un poco respingada pero grande lo distinguía de los demás. El cabello negro azabache, y la piel de un tono claro, pero con señales de bronceado, la prendaron de inmediato.
Se quedó viendo con un poco más de descaro, dejó el libro sobre la primera mesa que encontró, y siguió moviéndose por toda la tienda, sin quitarle el ojo de encima al chico. Se vio a sí misma en un espejo colocado estratégicamente en una de las columnas del lugar. Se atusó el cabello rebelde con una de las manos, se quitó un poco del lápiz labial rojo de sus labios, se dio el visto bueno, al menos con su atuendo, ese aire de mulata le favorecía en muchos aspectos. Se alisó la blusa, y prosiguió con su recorrido, ya ni siquiera miraba los libros, solamente tomaba uno u otro al azar, los ojeaba y los volvía a poner de nuevo en su lugar, hasta con un poco de desprecio. Lo siguió hasta que tomó un libro, y se dirigió a la caja donde pagó y continuó con su camino. Suspiró profundamente y siguió con su recorrido, pero ya no se podía concentrar, no creía que él la hubiera visto, ni siquiera le puso atención. Al final no se decidió por ningún libro y salió del lugar, tal vez lo pudiera ver en alguna de las tiendas de los alrededores. Pero su ligera búsqueda no dio ningún resultado. Era de esas personas que vez sólo una vez en la vida, y nunca más vuelven a aparecer, pensó.
Estaba muy equivocada, un par de semanas después lo vio en una boda, la deslumbró con su atuendo. Ella también estaba despampanante, pero estaba con varias de sus amigas, y por lo regular en una boda los hombres suelen evitar esos ruidosos corros de mujeres. Por lo visto iba solo, pues no se encontraba compartiendo con nadie más, menos socializando de alguna manera. Se quedó pensando en qué clase de persona asiste a una boda solo, una muy valiente pensó de inmediato. Estaba sentado en una mesa, y no hacía más que pedir un trago tras otro. Parecía algo triste. Con la excusa de ir al baño se alejó del grupo y pasó justo frente a su mesa, contoneaba más de lo normal las caderas sin darse cuenta, se movía con gracias deslizó su mano por una de las sillas vacías, pero él chico no la vio. Hubo un momento en que pareció verla, pero sus ojos no parecían enfocados en ella. Siguió de largo y entró al baño, luego de verse en el espejo, acomodar un poco los tirantes del vestido y de verificar varios pequeños detalles de los que sólo una mujer se da cuenta, salió del baño, pero el chico ya no estaba.
Un poco desilusionada regresó con sus amigas y las oía hablar pero no les ponía atención. Sonreía cuando las demás sonreían, asentía cuando las demás lo hacían. Era como un autómata que imitaba a las demás, su mente seguía con ese hombre misterioso, pensaba en por qué motivo estaba tan triste y melancólico, bebiendo solo en una boda. Una gran celebración, un motivo para estar feliz, aunque sea de esa felicidad que no es propia, pero que casi es palpable en el ambiente y se contagia con facilidad. Como si fuera un virus, de esos que entran por nuestras fosas nasales y afectan todo nuestro cuerpo, inclusive nuestro cerebro. Tal vez la razón eran problemas del corazón, tal vez familiares, imaginaba una enorme cantidad de razones. Tal vez iba solo porque acaba de terminar una relación con una novia, y los dos habían sido invitados, pero ahora sólo él podía asistir. Lo imaginaba con una pequeña tarjetita entre los dedos, con un número dos en caligrafía dorada, seguido del clásico “personas en tinta de imprenta, justo como la suya, viéndola y tomando un nuevo sorbo del vaso. Asistía a la boda sólo por compromiso, por quedar bien. Tal vez era la boda de un amigo de estudios. Lo peor era que ella ni conocía a la pareja recién casada, la novia era una amiga de una amiga de las del corro. No conocía a nadie que le pudiera dar razón de quién era ese sujeto.
Se imaginó a si misma saliendo del baño, y él seguía ahí, sentado, viendo la tarjeta con un número dos, que recientemente se había convertido en un uno. Sus ojos brillaron con malicia, se le acercó con ese aire de mujer fatal que ponía cuando iba a la conquista de un hombre. Le diría “Está ocupada esta silla”, él luego de observarla con una mirada triste diría “No” lo cual tal vez haría que su corazón sufriera más. Se sentaría y pudiera preguntarle que de parte de quien venía, si del novio o la novia, o tal vez preguntar que tomaba, cualquier cosa con tal de entablar una conversación, endulzando la mirada, como quien no mata una mosca, seduciéndolo con sus palabras, claro, nunca directamente, solamente dándole puntos para corresponder al ligero pero claro coqueteo. Un grito la sacó de su fantasía.
- ¡Carmen!
- ¿Qué? Contestó molesta. -Perdón. – Dijo al darse cuenta de la dureza de su tono.
- ¿Qué te pasa? Estás algo perdida. - Agregó otra de sus amigas.
- Nada sólo pensaba.
- Uy. – Dijo la más infantil de todas. – A que era en un chico. – Con una risita tonta, y una cara que denotaba picardía.
- Si. – Contestó con aire resignado. Tal vez alguna de ellas pudiera ayudarle.
- Había un chico. - Comenzo despacio. – En aquella mesa. – Señalando el lugar con su rostro. – Estaba solo, lo vi hace un par de días en una librería.
- Yo no vi a nadie ahí.
- Yo tampoco.
- Tú lo que tienes es fibre.
- No, lo que necesita es un trago. Deja de imaginarte cosas.
- Si. Eso es tal vez.
Se limitó a encogerse de hombros como respuesta. Una de ella trajo una bebida colorida. Pero el alcohol solamente la hacía pensar más y más en él. Ese completo desconocido que la había prendado. Siguió pensando en los fortuitos encuentros durante el resto de la noche, pero sin abstraerse demasiado para que sus amigas no se dieran cuenta.
Pasaron semanas antes de que lo pudiera ver, lo vio a través de la vitrina de una tienda de ropa. Cuando salió del local ya no estaba, poco a poco empezó a verlo por todos lados, la mayoría de las veces solamente era alguien que se parecía a él. Era como una obsesión, lo empezó a ver en sus sueños, aparecía una y otra vez. Tal vez, era porque no lo podía tener, siempre quería lo que no era suyo, refiriéndose a hombres, luego rápidamente cambiaba de objetivo. En este caso no lo podía hacer así, pues ni siquiera lo conocía, no sabía su nombre, no sabía dónde vivía, estaba empezando a volverse loca, era una obsesión poco sana la que tenía con ese tipo. Poco a poco dejo de verlo, nada más en sus sueños. Llegó un punto en el que aparecía en sus sueños todos los días. Caminando por un parque creyó verlo paseando un perro, pero no era él, ni siquiera se le parecía. Se sentó en una banca, y puso su frente en sus manos. No se había dado cuenta de que un indigente se encontraba tirado justo a la par de ella.
- Señorita. – Dijo con timidez.
- No tengo dinero, no moleste. – Dijo de un golpe, no estaba para estar ayudando a alguien más.
- No, señorita. No era eso, solamente… Buen es un poco ridículo decir esto, más en mi estado. Pero usted se parece a una chica que yo miraba siempre. Pero tal vez sólo se parece en lo linda y en el color de piel, pero mi estado no me deja diferenciarlas.
- Sacó su rostro de sus manos, y se quitó el pelo de la cara. Lo vio con atención, no podía ser él, o sí, se parecía un poco. Más bien se le parecía mucho, así que él también la miraba, él también estaba como ella. Pero como había llegado a ese estado, tan sucio, tan haraposo, tirado junto a la banca de un parque, esperando que alguna persona de buen corazón le lanzara una moneda.
- Creo que es su estado, yo no recuerdo haberlo visto en mi vida. – Sacó un billete del bolso, y se lo lanzó con desprecio. – Tenga, y haga algo bueno para poder encontrar a esa chica.
- Se levantó, y se alejó con paso definido. Es necio decirlo, pero ya ni siquiera soñó con él.

domingo, 12 de junio de 2011

Los Dioses

Faltaba diez minutos para las diez. Estaba justo a tiempo para la cita. Sacó por centésima vez el trozo de papel arrugado en el que había escrito la dirección. La comparó por última vez, no esperaba una institución mental. Esperaba una casa cualquiera, no un manicomio, tocó el timbre y esperó. El timbre era de esos escandalosos, que parece más timbre de tiovivo de feria. Recordó cuando llegó la carta de esa mujer llamada Ángela, solamente lo citaba por motivos confidenciales en ese lugar. Decidió no llevar la carta y dejarla a la vista en su propia habitación, en caso le pasara algo. Era muy paranoico en ese sentido. Escuchó unos pasos, trató de ver a quien se acercaba a través del seto que cubría la alta reja, pero era demasiado frondoso. Le abrieron la puerta, una mujer de edad madura hizo un escrutinio con la mirada.

- ¿Qué desea? exclamó.
- Vengo de visita.
- Eso ya me lo podía imaginar, aquí por su voluntad solo vienen visitas, y a veces ni así.
- Bueno, entonces vengo a visitar a Ángela.
- Eso es diferente, pase adelante.

La mujer empezó a caminar hacia el interior de la casa, por momentos arrastraba los pies, como si estuviera muy cansada para seguir caminando. El pequeño jardín frontal apenas cobijaba un peral y unos rosales. Sacó un enorme llavero de su pantalón y abrió con agilidad una reja frente a la puerta. Luego abrió la puerta y le indicó que entrara, luego cerró de nuevo la puerta con la llave. En esa primera habitación solamente había un escritorio y un teléfono. Abrió una puerta lateral, y pasó por un estrecho pasadizo formado por la pared de la casa y el muro de la casa contigua. Al final llegaron al enorme jardín posterior, donde había muchos enfermos disfrutando del buen día. La mujer se acercó a una que parecía estar muy lúcida.

- Linda. Este hombre viene a visitarte.
- Gracias Cari.
- Luego de eso tomó otro rumbo y se alejó hacía otra área de la casa.
- Buenas Tardes. - Dijo la mujer. - Me imagino que te preguntarás por qué te mandé esa carta, y por qué estoy en este lugar.
- Si, digamos que eso es lo que me pregunto, solamente hágame un favor y no me tutee.
- Vamos, los viejos amigos siempre se tutean.
- Pero si yo ni la conozco. ¿Cómo vamos a ser viejos amigos?
- Nunca recuerdan, pase lo que pase nunca recuerdan. Por eso yo me vuelvo tan necesaria.
- ¿Nunca recuerdan quiénes?
- Todos ustedes, siempre debo contactarlos, bueno para algo soy una mensajera nata, o es innata. Bueno eso no importa. Lo importante es lo que pasará a partir de ahora.
- ¿Qué pasará a partir de ahora?
- Tranquilo. Déjame contarte algo. Si recuerdas tus clases de historia de la primaria, conocerás a todos los dioses griegos, romanos, tal vez a los hindúes, los nórdicos, mayas, aztecas, incas, etc., etc.
- Si, recuerdo un poco. ¿Cada uno tenía a cargo algo de la naturaleza?
- Si, vas muy bien, pero era algo más que solo la naturaleza, también aspectos de la vida de los seres humanos, la guerra, el amor, y demás.
- Lo que no entiendo, es que tiene que ver todo esto con nosotros dos, y por qué me has llamado.
- Bueno a eso voy, pero déjame continuar informándote. Todos creen que los dioses son los creadores de los seres humanos, y por eso tienen poder sobre ellos. Siempre los imaginan como seres preexistentes a la humanidad como la conocemos. Pero no saben que es al revés, los humanos deben de existir para que existan los dioses, pero no solo existir, deben de creer en ellos. Ahí es cuando entramos nosotros en el juego, hace muchísimos años, los griegos tenían a sus dioses, que luego pasaron a ser de los romanos con diferentes nombres, pero en esencia eran lo mismo. Ese fue un cambio raro para nosotros, la transición fue un caos, pero sobrevivimos. Ahora volvemos a nacer, luego de varios, varios cientos de años.
- Renacemos, acaso nos está llamando dioses.
- Exactamente.
- Ya sé porque la tienen en este lugar. Está completamente loca.
- En eso también estás en lo correcto, pero que me consideren loca, no significa que mi locura sea por algo falso. Puedo estar yo bien y todo el mundo mal.
- Eso sería algo muy difícil.
- Lástima que mis acciones no van más allá de ser una simple mensajera. Pero las tuyas propias te demostrarán quién eres en realidad. Quién fuiste antes, y quién eres ahora. La misma esencia, diferente persona. Hay algo que no varía mucho, nuestros nombres, o más bien lo que significan. El mío por ejemplo, significa mensajera, soy algo así como la versión femenina de Hermes. Bueno esta vez me tocó ser una chica, una loca y graciosa chica. Dime qué significa tu nombre, Zale.
- No sabía si contestarle o no, su madre se lo había dicho, como era posible, tal vez solo había buscado gente con ese nombre, tan poco común.
- Significa el poder del mar, bueno al menos eso me dijo mi madre.
- Ves. Aunque siempre me dicen, eso lo pudiste buscar en cualquier lado y luego buscarme a mí. Pues fíjate que no chico, simplemente viene a mi mente la dirección y el nombre a dónde mandar la carta. Por algo soy una mensajera divina. Por ejemplo aquí tengo la carta para un tal Denis, bueno no sé si es hombre o mujer, me podrías hacer el favor de dejarla en un buzón al salir de aquí. - Sacó un sobre con el nombre “Denis” escrito al frente, y una dirección debajo de ese nombre. - Pero sigamos hablando de ti, siempre has podido manipular el mar a tu antojo, bueno el agua en general. Tal vez no te habías dado cuenta de ello hasta ahora. Práctica en tu casa, si lo haces aquí tal vez alteres a mis compañeros. Espero verte luego, más bien se que vendrás.
- Solamente ¿Por qué ahora? Quiero decir, por qué luego de tanto tiempo volvemos a existir cómo dices tú.
- Porque la gente ha vuelto a creer en nosotros, bueno siempre hay gente que cree en nosotros, pero no las suficientes para volvernos a la vida, se necesita mucho poder mental y fe para reencarnarnos.
- Ya veo. Entonces me iré, solamente necesito a… esa mujer que me dejó entrar.
- Caridad. Sabes, ella también es una de nosotros, y nada menos que la diosa Afrodita.
- Pero ella no era la diosa del amor. Ella no refleja para nada eso.
- Porque no la has visto usándolo en todo su esplendor. Aparte el amor es un tanto cruel, justo como ella es.

Como si el pronunciar su nombre hiciera que ella apareciera, la tosca mujer se acercó a los dos, le indicó con la mano que lo siguiera, tomaron de nuevo el camino de regreso. Al salir de la casa y luego de abrirle la puerta, un enfermero se le acercó, ella cerró la puerta y lo dejó afuera sin decir una sola palabra. La alcanzó a oír del otro lado diciéndole al enfermero, dame un beso. No supo si se lo dio o no, pero si de verdad era la diosa del amor, muy probablemente si se lo dio.

domingo, 29 de mayo de 2011

Utopía

1.
Luego de caminar un par de cuadras bajo el inclemente sol se cobijó bajo un balcón, debajo del cual se refugiaban muchas más personas buscando un poco de sombra. Podía escuchar la conversación de las chicas que se encontraban a su lado.
– Ya viste los deltoides de esa chica. – Dijo una de ellas en un susurro.
– Si, nunca me ha agradado la gente que los tiene de esa forma. – Contestó la otra en un suspiro.
– A mí tampoco, que bueno que nosotras no los tenemos así.
– Claro, aparte mira su labio, horrible, sinceramente horrible, yo ya me lo hubiera operado para que al menos pareciera de otra raza.
Se alejó de ahí, no quería seguir oyendo. Pero si todos somos iguales pensaba. ¿Cómo es la gente capaz de hacer diferencias y discriminar a los demás? Miró sus manos, eran exactamente iguales que las de cualquier persona alrededor suyo, sus brazos igual. Somos lo mismo debajo y esta gente no se da cuenta. Entró a un pequeño café, no veía diferencias entre toda la gente que estaba ahí dentro más que la ropa que llevaban puesta. Pero sin eso todos serían iguales, exactamente iguales, sutiles diferencias nos permitiría diferenciarlos uno del otro, pero eran exactamente lo mismo en esencia. ¿Cuál era el problema con esas chicas?

2.
Esa tarde estaba terminando de tomar una última taza de café. Ojeaba varios álbumes de fotos que habían pertenecido a su padre. Al fin y al cabo esa tarde no tenía nada mejor que hacer. Sonreía al ver a su padre con sus amigos, con sus padres, con su propia madre. Siempre que los miraba decidía armar uno con su familia, pero nunca lo hacía. Siguió ojeándolos, uno tras otro, sacándolos todos de la misma caja. Encontró uno viejísimo, la mayoría de las fotos era de su abuelo. En casi todas aparecía como un niño, en las últimas aparecía de adolescente. La ropa que se ponían en esa época era ridícula, quién en su sano juicio usaría unos pantalones así, tan pegados a la piel. Algo de una de las últimas fotos le inquietó. Había una chica, cuya piel era más oscura que la de los demás. Pero eso no era posible, qué clase de fenómeno era ella. Algún remanente de algún accidente nuclear tal vez. Pero nunca había visto algo así, no se podía ver nada a través de su piel, absolutamente nada. Su abuelo seguía vivo, tal vez pudiera responderle las múltiples preguntas que surgían en su mente. Recordó a las chicas de la mañana, como hubieran sido ellas con esa otra chica. Esa si era una diferencia marcable, de repente se imaginó un mundo con gente con piel de mil colores. La mente le daba vueltas.

3.
Tocó con delicadeza la puerta, su abuelo estaba adormitado en un sillón. Dio un pequeño respingo, y se acomodó los lentes con esa paciencia que solo los ancianos tienen. Le preguntó directamente
– ¿A qué vienes? Dudo que sea una simple visita, pues no traes a los niños.
– Es un poco más que una simple visita. Pero no es nada importante. Solo es una duda. ¿Quién es esta chica? – Dijo al tiempo que sacaba la ajada fotografía de uno de sus bolsillos, y le extendía la mano a su abuelo.
- Amelia. Ya me había olvidado de ella, era una amiga de tu abuela. Ella era tu abuela. – Agregó señalando a la chica junta a Amelia. – La mataron dos años después de que tomaron esa foto. Todo por rehusarse a convertirse.
– ¿La mataron? ¿No quiso convertirse? ¿En que rehusó convertirse?
– Acaso no ves. Rehusó convertirse en una de nosotros. Era una rebelde. Seguía pensando que el color de su piel era un orgullo. Loca que estaba, aunque muy linda por cierto, mirala. – Devolviéndole la foto.
– Entonces ella era así, su piel era así. Porque ella así lo quiso
– Exacto.
– No era un accidente, algo raro.
– Rara si era, pero… no podrás entender hasta que te cuente la historia completa.
– Cuéntamela
– No puedo, no podría hacerlo. Por lo menos no el día de hoy, tendría que haber alguien más aquí. Te llamaré cuando pueda venir, si es que puede y sigue viva.
– Esperaré tu llamada.
– Espera, déjame la foto, puede que me sirva.
– Le dio un último vistazo a Amelia y se la entregó.

4.
Había recibido la llamada dos días después, debía llegar el sábado. El día sábado, media hora antes de lo acordado, se encontraba de nuevo en la misma habitación. Había una mujer mucho más arrugada que su propio abuelo. Luego de saludar empezó la conversación.
– Ella es mi prima Laura. Ella trabajaba en el laboratorio de conversión. Ella te contará toda la historia desde el punto de vista científico.
– ¿Laboratorio de conversión? ¿Qué tanto debo saber para entender eso?
– Siempre preguntando, igual que tú.
– De alguien lo tenía que sacar.
– En fin. Todo empezó con el experimento de uno de tantos genetistas de los tiempos de mi padre. Logró modificar el gen que codificaba por la queratina en un ratón. Cómo resultado esta proteína era transparente. A diferencia de la existente en las células de todos los vertebrados de esa época. Como usaban ratones blancos en esos experimentos, que no contenían melanina, un pigmento presente en la piel de la mayoría de los seres existentes, pudieron darse cuenta de la anormalidad. Así que como resultado tenían un ratón con una piel muy parecida a la nuestra. Aunque no lo protegía de los rayos del sol, hizo falta muchos más experimentos para producir una proteína con propiedades protectoras y que también fuera transparente. Todo el mundo estaba pendiente de esos experimentos. Había muchos crímenes de odio referentes al color de la piel. Había gente discriminada por su raza. La gente quería que fuéramos todos iguales. Soñaban con la igualdad, decían el color separa, sin color seremos de verdad iguales. Ahora debían realizar modificaciones en seres vivos, y que fueran transmisibles a su descendencia. Eso era algo más fácil, bueno en esa época no lo era tanto, pero estaban bastante adelantados en ese campo. Luego de la primera camada de ratones sin piel ni cabellos visibles decidieron empezar con los humanos. El primero en realizarlo fue el científico que descubrió la primera proteína. Luego de eso también hubo grupos en contra, sobre todo grupos religiosos, pero esos siempre están en contra de todo. Algunos otros se negaba a renunciar a sus raíces culturales impresas en su piel. Pero la razón terminó ganándoles a todos. Al principio era muy difícil, el costo del proceso era muy elevado. Así que solo la gente con mucho dinero podía pagarse una conversión. Muy pronto fue visto como una condición de estatus alto. Fueron años de caos, hubo también crímenes contra esas personas. Al final con el desarrollo de la tecnología lograron abaratarlo un poco, pero se creó un fondo para que fuera accesible para todas las personas. Para ese momento ya había nacido el primer “niño converso” como lo llamaron en la prensa. Al final cuando yo trabajaba en el laboratorio de conversión, todo mundo podía acceder a una conversión a un precio muy bajo. Solamente quedaban los raros, los que querían seguir siendo distinguidos por el color de su piel.
– Amelia era una de ellas. – Dijo su abuelo. –El ser converso tenía sus ventajas, eras parte de la nueva masa, eras aceptado en todos lados. Aunque el dormir al principio era un dolor de cabeza. Aparte habíamos perdido el color del cabello, así que era extraño ver a todo mundo como si fueran calvos. Si tenías una herida era difícil al principio tratarlas, ahora esto les ha vuelto la vida más simple a los médicos. Llego el punto en el que fueron eliminados todos los que no habían sido conversos. Y todos éramos iguales. Decidieron ocultar el origen de esta nueva característica de la raza humana, pues pudo haber existido un nuevo loco, que nos pudiera regresar a nuestro estado anterior.
– Recuerdo haber leído las palabras de ese científico, nunca logré recordar su nombre. Pero él decía antes de completar su conversión. “Yo sueño con un mundo, en el que todos seamos iguales, que no haya diferencia por nuestro color de piel, simplemente seamos una única raza. Esa es mi utopía”.

miércoles, 18 de mayo de 2011

nonsense

Así eran todos los días, en medio del verdor y el estertor de la mañana. Respirando jadeante se levantaba y con esfuerzo se levantaba. El día se le iba entre hormigas disfrazadas y danzantes. Ironías de la vida, estas no era trabajadoras, pasaban todo el día junto a él, bebiendo café y fumando sin cesar. A cambio el tampoco trabajaba, no hacía nada más que estar con ellas en las fístulas del campo. Astraído como estaba todo el tiempo, no se daba cuenta del constante cambio en los trajes de las hormigas. Un día podrían estar una de fraile y una de moja, las demás de feligreses contritos. Un único día se mostraron disfrazadas de frutas, de un bocado se comió una uva, pero al sentir el sabor a tinta la escupió y rió la idiotez de las hormigas. Al siguiente día llegaron vestidas de flores en un exótico ramillete, las olió y deshojó una, al sentir el olor a brea, bajó la cabeza y dijo, ustedes nunca aprenden. Ocasión feliz fue cuando se cubrieron con hojas y se disfrazaron de seres invisibles, observaba las tazas vaciarse y el humo salir de la nada. Una madrugada se disfrazó de gotas de rocío y refrescó su cuerpo. Un día se disfrazaron de palabras y pudieron entablar una conversación, luego de entablarla, la serraron, la clavaron, barnizaron y construyeron una silla para conversar. La silla quedó ahí, y a partir de ese día él se sentaba en ella, ah y gritaba, ahí hay, hay ahí, contestaba. Las hormigas lo observaban con tranquilidad y danzaban alrededor de la silla, una detrás de otra y la otra delante de ella, movían los pies y chaqueaban sus mandíbulas, creando música de la danza y para la danza. Siempre en disfraces y caretas, cada día diferentes. Parecía que su único trabajo por la noche era crear el atuendo del día siguiente, y el día siguiente siempre se los probaba para darles el visto bueno. Así se iban los días, un día llegaban todas las hormigas con un tema en común, otro día totalmente disparejas, era un pez una, una raqueta la otra, una rueda una, una obra completa de José Saramago la otra, era un plato de gachas una, la otra un gacho clavo, una era un martes, un cubo de sal la otra, una era un átomo de Paladio, un espejo redondo era la otra, una era la otra y la otra era la una con el sol inclemente de esa hora. Pero un día lo acarició, lo tocó, lo vio, lo encontró. Era lo que estaba esperando, era por lo que soportaba las danzas de las hormigas, era por lo que estaba en ese agujero del bosque, era por lo que estaba inmóvil. Se había encontrado con sí mismo, y era tan parecido a él que lo asustaba. Pero debía aprender a vivir con él, y él consigo mismo. Pasaron la tarde juntos, conociéndose, pues como diría el oráculo de Delfos, conócete a ti mismo. Fue un día de mucho aprendizaje, pero al día siguiente regreso a las danzas y los disfraces de las hormigas, cómo si nada hubiera pasado.

sábado, 14 de mayo de 2011

Las hadas no existen

Una taza de té nada más, que la vida no estaba para esos tiempos de ocio. Un par de sorbos sentado a la par de la ventana abierta, y la colocó en el alfeizar. Le gusta el té así, suelto, sin bolsa y esas cosas para gente perezosa. Tomaba una pequeña cantidad y lo preparaba a su gusto, el toque justo de hojas secas y fermentadas. Aparte le encantaba leer su futuro en esas hojas, no es que creyera en ello, simplemente le entretenía. Eso lo convertía en supersticioso, tal vez, pero no le importaba. Siempre había pensado que existía un poco de magia en el mundo. Tal vez simplemente era que no la podemos apreciar, que nuestros ojos no nos permiten verla actuando. Se sentía como un chiquillo cada vez que pensaba en esas cosas. Aparte le daba un poco de miedo, pues como todas las cosas tiene su lado bueno y su lado malo. Tomó otro par de sorbos, y observó el árbol que tenía justo al frente. Tal vez justo en ese momento había seres mágicos interactuando entre ellos bajo la sombra de ese árbol, y sus velados ojos de humano no le permitían apreciarlos. Volvió a pensar en la posibilidad de que existirá maldad en ellos, que cosas no podrían hacer, hasta que punto tenían permitido interferir en nuestras vidas. Si nosotros no podemos verlos, es una regla que debemos respetar y que en nuestra naturaleza está el cumplirla eternamente. Entonces que reglas lo regirían a ellos, no tocarnos, no interactuar, no dejarse ver, no interferir. La taza iba por debajo de la mitad, dio un par de sorbos más, estaba ya tibia, en la temperatura justa. Sería posible llamarlos, atraerlos, que rituales o palabras serían necesarias. Abrió la boca y exclamó. A cualquier ser mágico que esté alrededor mío lo convoco junto a mí. Se sintió idiota nada más terminar de decirlo. Fue como decir algo indebido, romper las reglas, pero no las que implicaban a esos seres, más bien reglas sociales. ¿Qué adulto en su sano juicio diría algo así? Definitivamente un loco, pero él no estaba loco, sabía que eso que decía era imposible, aún así esperaba con ansias. Luego de un minuto dio por no oída su llamada, lo cual no le extrañaba. Iba a tomar la taza para terminar el té, cuando oyó un aleteo. Bueno no era un aleteo, era más suave, más delicado, una mancha café pasó frente a él. Un hada. Dijo en un suspiro, y la siguió con la mirada. La mancha llegó a la pared y se detuvo. Vio que no era nada más que una vulgar cucaracha. Tomó un zapato que tenía junto a la cama y con un ágil movimiento la mató. Se sentó de nuevo y dijo. En que estaba pensando, las hadas no existen. Oyó un pequeño grito ahogado. Miró hacia la calle pero no vio nada, con nerviosismo, como quién hubiera cometido un pecado, miró su reloj. Ya era tarde, debía salir inmediatamente, de un solo trago vació la taza. Vio el fondo y dejó caer la taza que se partió en mil pedazos. Las húmedas hojas de té habían tomado la forma de un cuerpo humano, delgado, con un par de alas en su espalda. Ahora solamente estaban los trozos blancos de la porcelana, cubiertos con las húmedas hojas amorfas.

viernes, 8 de abril de 2011

La otra

Encendió la luz del pequeño baño y se sentó en el inodoro. Estaba totalmente desnuda, cosa que en ese momento no le molestaba. Le encantaba pasearse así en su casa cuando no había nadie. Claro que en ese momento no estaba en su casa, se encontraba en el primer motel que habían encontrado tratando de alejarse lo más posible de sus casas. Había sido como siempre, ella salía de su casa, el pasaba a recogerla, y tomaban la primera ruta que se les ocurriera. Siempre al medio día, siempre los martes, siempre escondiéndose. Durante el camino platicaban un poco sobre cómo había sido su semana, que había pasado de nuevo. Que difícil era platicar de eso con un amante sin sentir remordimientos, hablar de su marido, de sus hijos, de su madre, de las trivialidades de las vecinas, inclusive sentía que las engañaba a ellas. Tal vez, él sentía lo mismo, porque tampoco sacaba mucho esos temas a colación. Al fin llegaban a su destino. Él siempre pagaba. Subían las escaleras, las bajaban, entraban directamente, todo dependía del lugar. Esta vez estaban en uno de sus favoritos, le encantaban las cortinas y las sábanas. Luego de poner cerrojo y cerrar las cortinas pasaban a desnudarse. Conocía cada una de las formas de sus cuerpos, sus manos se guiaban solas. Cada encuentro era diferente, pero muy parecido al mismo tiempo. Al final luego de estar sudorosos y exhaustos, ella iba al baño y orinaba. Tal vez era una ridiculez hacerlo, pero debía hacerlo siempre. Claro, con su esposo no hacía eso, con él el mediocre polvo terminaba y ella no sentía esa necesidad. Tal vez solo era cuando estaba satisfecha.
En ese momento solo se oía la orina caer en el agua del inodoro, y el goteo del grifo mal cerrado. Cuando ya solo se oía el constante goteo del grifo, cortó un trozo de papel y se limpió como le había enseñado su madre, desde atrás, de adelante para atrás. Al menos eso si se lo había enseñado bien su madre. Tiró el trozo doblado y humedecido en la papelera. Había tantas cosas que no le había enseñado, cómo lidiar con esta situación con ejemplo. La culpa la llenaba por momentos, por otro se sentía justificada, otros simplemente no le daba importancia. Se levantó y se sintió desnuda de verdad, con pudor. Tomó una de las toallas del lugar y se envolvió en ella. Regresó a la cama, y se sentó en la orilla, las sábanas estaba revueltas, una almohada estaba en el suelo, sobre la otra descansaba la cabeza de él, y el esperaba medio adormitado, acostado boca abajo, desnudo también. Lo vio y suspiró, se despojó de la toalla, y se acostó junto a él. Con una mano jugó con sus cabellos. Con los ojos cerrados le dijo “¿Quieres que nos vayamos?” Al no oír respuesta abrió los ojos, y ella solamente asintió con un suave movimiento de la cabeza. Luego de vestirse cada quién por su cuenta salieron del lugar. Si el trayecto de ida era silencioso, el de regreso lo era mucho más. Luego de unos minutos estaba de nuevo en su casa. Sus orejas estaba rojas al despedirse, al ver alejarse el carro, suspiró con fuerza. Siempre sería la otra, y nada más.

jueves, 3 de marzo de 2011

A ciegas

Sentía todo lo que estaba a su alrededor, pero no podía ver nada. Sus labios tenían algo pegado a ellos. Estaba sentada sobre una silla bastante dura, el respaldo y el asiento los sentía rectos, probablemente de madera. Tenía las manos atadas sobre su regazo. Los pies también, pero estos estaban amarrados junto con las patas de la silla. Esa silla la sentía familiar, pero no sabía de dónde. Estaba desconcertada, lo último que recordaba era que iba a tomar una siesta luego de llegar a su casa de la universidad. Cada vez estaba más desesperada, se sentía enormemente vulnerable e insegura. Una lágrima salió de uno de sus ojos, pero fue rápidamente absorbida por la venda. Su respiración se aceleraba, trató de gritar pero no podía, respiraba cada vez con más fuerza. Levantó las manos, pero algo duro se interpuso en su camino. Había un tubo, o algo parecido de metal, y más madera. Se movió un poco a la derecha y tocó con su brazo un trozo de metal frio. Así que estaba en un escritorio, por eso reconocía la “silla”. Se tranquilizó un poco, y puso atención. Al no poder ver, aguzó el oído, estaba muy probablemente en el salón en el que recibía clases todos los días, sintió una pequeña corriente de aire. No oía nada, todo estaba en silencio, la amplitud del salón ayudaba a esa sensación. Sintió la presencia de alguien, tal vez solo era su imaginación, pues no podía oír nada. Movió sus manos y al tratar de bordear la paleta el trozo de cuerda que pendía de ellas se tensó. En un intento desesperado trató de incorporarse, oyó un susurro de ropa al moverse y una mano se puso con firmeza en su hombro y la obligó a volverse a sentar. Estaba cada vez más nerviosa y atemorizada, trató de gritar, pero sus gritos quedaban ahogados por la cinta. Sintió que se le acercaban al oído y le decían “shhhh”. Sintió la calidez del aliento de esa persona en su oreja. Se volvía a mover, le empezó a quitar la cinta de la boca, ella al sentirlo trató de nuevo de hablar. Se acercó de nuevo a su oído, pero esta vez tocó su cara con su mejilla, sintió los vellos de una barba de tres días, de nuevo le dijo “shhhh” y se alejó. Era un hombre quien estaba con ella, trató de imaginárselo pero solamente podía construir en su mente la imagen de una barba. Decidió tratar de no hablar. El hombre tomó de nuevo la cinta con sus dedos y la despegó poco a poco. Apretó con fuerza los labios para evitar que se le escapara un grito. Sintió que se le acercaba de nuevo, sintió la barba sobre sus labios, y la empezó a besar. Le tomó la cara con las manos, pero ella apretaba con más fuerza sus labios, empezó a sentir sabor a sangre dentro de su boca. Movía su cabeza con frenesí, logró despegarse de esos labios. Se sintió un poco aletargada, y cayó dormida luego de un par de minutos de batalla con el adormecimiento. Al despertar estaba en su cama, el despertador estaba sonando. Lo apagó. No sabía si todo había sido un sueño, pues todo había sido demasiado real, aparte sentía todavía la sangre en su boca. Luego de arreglar todo lo necesario, decidió fijarse en todos sus compañeros, y ver cuál de ellos usaba barba.

lunes, 14 de febrero de 2011

Mini cuento

Preguntó:
-¿Fue la primera vez?
-Y no será la última
Contestó.

jueves, 10 de febrero de 2011

En el lomo de un dragón

Una vez soñé que estando de pie, en una pradera, podríamos decirle. Era una gran extensión de terreno, con pasto y demás hierbajos cubriéndolo. Parches de flores pequeñas y blancas salpicaban el lugar. Al fondo se encontraba una montaña, era un paisaje idílico, como suele suceder en los sueños. Una luz tenue llenaba el lugar, frente a mi apareció un dragón, como los pintan en oriente, de color verde, con su rostro, si pudiera llamarlos rostro, de color amarillo ocre, donde terminaban las escamas. Sus largos bigotes caían con suavidad. Me miró a los ojos, el color miel de sus pupilas me desconcertó por un momento. Agacho la cabeza y cruzó hacia la derecha dejando frente a mí un costado de su lomo, entendí inmediatamente que debía subir. Al nivel de mis pies había quedado una sus patas, lo tomé como un estribo. Luego de colocar un pie, hice presión. Al ver que no se inmutó. Con las manos trepé por las duras escamas, y con el pie tomé impulso, logre subirme medio a horcajadas y me senté. Sentí el suave movimiento con el que empezamos a desplazarnos, aunque poco a poco iba tomando aceleración, e iba subiendo. No había nada a que agarrarme así que me acosté y abracé al dragón, con la cabeza viendo hacía arriba. Veía como se acercaba a las nubes, hasta que las atravesó, cada vez tomaba más velocidad o al menos yo así lo sentía. El sol resplandecía y las nubes estaban debajo de nosotros. Logré ver cuando el último trozo de la cola atravesó las nubes. Poco a poco aminoró la marcha, levanté de nuevo la mirada y vi un gran lienzo de tela, o al menos así se miraba en mi conciencia humana. El dragón empezó a desplazarse hasta estar debajo del enorme lienzo, donde todo era tinieblas, paró en el centro, así lo miraba pues los bordes se encontraba a la misma distancia, tal vez era el centro exacto. Levantó la cabeza, como quien espera la lluvia del cielo, yo hice lo mismo. Un punto pequeño de luz apareció sobre mí, poco a poco se fue volviendo más y más grande, trepé por el lomo con celeridad. Llegué a la cabeza del dragón, ahí me paré y miré directamente la luz que cada vez me alumbraba más y llenaba de luz el espacio oscuro que formaba el lienzo. El dragón empezó a subir por el agujero, que en ese momento tenía el diámetro suficiente como para dejarnos pasar a los dos. Atravesé el agujero, había demasiada luz en ese lugar. Emanaba de todos lados, de arriba, de abajo, de los lados, venía hacía mí y salía de mí, del dragón mismo también. Entonces oí una voz que dijo “Todos los seres humanos viven debajo de un velo, el cual no les permite ver todo lo que son, todo de lo que son parte, y menos todo lo que pueden llegar a ser”. La voz venía de la misma manera que la luz, de todas partes, inclusive la podía oír dentro de mí, como parte de mis pensamientos. “Tal vez en algún momento de su vida logren abrir un pequeño agujero en ese lienzo, y una pequeña parte los logre iluminar, y llenar su vida de felicidad, pero no ven lo que hay arriba. Ten en cuenta, Dios es parte de ti, tanto como tú eres parte de Dios”. Justo en ese momento el despertador sonó, la luz se disipó y abrí los ojos. El sol empezaba a iluminar mi habitación, y un sueño había iluminado mi alma.

miércoles, 5 de enero de 2011

Un cigarrillo a media noche

Ya no podía hacer nada más, se sentía tan cansado. Apagó la computadora y se dijo a sí mismo, que el trabajo podía esperar hasta el día siguiente. Necesitaba fumar, más bien, tenía ganas. Era una expresión más suave y no sonaba como una adicción. Siempre tenía una excusa para fumar, especialmente ahora que estaba tratando de dejarlo. Todas esas excusas eran valederas, al menos para sí mismo. Ese día, simplemente, tenía ganas. Seguía sentado sobre la silla, estiró los brazos hacia arriba, e hizo tronar sus dedos. Abrió el cajón inferior del escritorio, este era donde guardaba los utensilios que utilizaba muy de vez en cuando. Ahí estaba una cajetilla casi completa y un encendedor, junto a un cubo plástico lleno de clips y una engrapadora. Tomó la cajetilla y el encendedor. Se puso de pie y dio dos pasos, sacó un cigarrillo y guardo el resto de nuevo. Sabía que llevárselos todos sería una enorme tentación. Se dirigió al balcón, su personal, y único espacio en la casa donde podía fumar. La única razón era porque a “ella” no le agradaba el humo de los cigarrillos. Siempre que hacía algo que no le agradaba a “ella”, la nombraba así. Se habían mudado de la otra casa porque a “ella” no le agradaba estar tan lejos de la ciudad, ni de sus trabajos. El, sinceramente extrañaba las noches en ese enorme jardín, el silencio que reinaba en ese lugar. Ahora el único espacio que podía tener en silencio era la madrugada. Luego de sentarse en esa incómoda silla de mimbre que “ella” había escogido, y que el particularmente odiaba, encendió el cigarrillo. La primera bocanada de humo que llenó sus pulmones la sintió deliciosa. Cerró los ojos y se puso a escuchar. No había casi ningún sonido en el ambiente, solamente el sonido esporádico de algún automóvil que pasaba a toda velocidad por el boulevard que estaba a un par de cuadras. Tomó una nueva bocanada y respiró profundamente, sacó el humo por la nariz. Observó las volutas de humo que desprendía el cigarrillo, como se disipaba y desaparecía. Inhaló de nuevo, esta vez le puso atención al sonido del cigarrillo, crepitaba suavemente. Era parecido al sonido de la leña en el fuego. Nunca le había puesto atención a ese sonido. Esa era otra de las cosas que extrañaba de la otra casa, la chimenea. Inspiró de nuevo un poco de humo, y el sonido le recordó las noches en que se había quedado dormidos frente a esa chimenea, oyendo solamente el crujido de la madera quemándose. Poco a poco el cigarrillo iba consumiéndose, llenando sus pulmones de humo, y su cuerpo de muchas sustancias. Recordaba todas las veces que “ella” había influido en su vida, y no recordaba lo bueno, sino todas las veces que lo había obligado a dejar lo que a él le gustaba. El ejemplo más palpable era ese cigarrillo. Había “dejado” de fumar, por insistencia de “ella”. En realidad no lo había dejado, solamente fumaba cuando y donde "ella" no lo pudiera ver. Era cierto que ahora fumaba menos, pero él no tenía el deseo de dejarlo. Tal vez, ahí estaba el error, él no quería dejar de fumar. De hecho deseaba que ese cigarrillo fuera eterno, que ese instante fuera eterno, y que pudiera fumar siempre que él quisiera. Pero lastimosamente estaba llegando a su fin. Con la última bocanada, tiró la colilla hacía la calle. Se puso a pensar, si de verdad quería seguir fumando, o lo hacía por llevarle la contraria a “ella” en secreto. Podría intentar dejar de fumar. Ese podría le recordó que lo mismo había pensado cuando “ella” le solicito que dejara de fumar. Se levantó y se dirigió al interior de la casa. Luego de guardar el encendedor, se metió en la cama junto a ella. Tenía la cajetilla en la mano. Antes de dormirse la arrojó al pequeño bote de basura del cuarto. Él no lo sabía en ese momento, pero ese cigarrillo a la media noche, había sido el último de su vida.