viernes, 21 de octubre de 2011

Nonato

Con el presente cuento gané el primer lugar en mi categoría del concurso "Arte Por La Vida" de la Asociación Pro Vida (APROVI), está incluido dentro de la antología "La Trascendencia del No Nacido" junto con los demás ganadores del concurso. Los derechos de este cuento dejaron de ser míos al momento de concursar, pero al no obtener ningún beneficio por su publicación en este medio y haciendo la anterior aclaración, creo que puedo compartirlo.
Eran las dos de la mañana, y aún así no podía dormir. Instintivamente se ponía las manos sobre el vientre. La película que estaba en el televisor era alemana, austriaca, suiza, o algo por el estilo, hablaban en un idioma extraño, eso era lo interesante. Una historia de adolescentes, con escenas para adultos, no le extrañaba nada. Un plato con media cena fría descansaba sobre la pequeña mesa al centro de la habitación. Recostada sobre el sillón, tenía la vista fija en el televisor, las imágenes que veía no significaban nada, las voces le llegaban en un idioma que no entendía, el tono de voz era lo único que le transmitía algo. Apenas si tenía ánimo para ponerle atención a las imágenes, mucho menos de leer los subtítulos. Una de las chicas lloraba, tal vez por algo importante, tal vez por una niñería.
Su cuerpo estaba cansado, pero su mente seguía trabajando. Sus padres dormían, se levantó y caminó hacía su habitación, se asomó por la puerta entreabierta del dormitorio. Era extraño verlos así, hacía dos semanas que les había dicho que estaba embarazada. Recordaba el miedo que sentía de confesarles eso. En esos momentos, no tenía idea de cuál sería su reacción exacta, lo que sí sabía era que no sería buena, y en eso no estaba tan equivocada. Su madre tal vez fue la peor, tuvo días de enojo, momentos de tristeza, instantes de auténtica ira, ratos de decepción, todo aderezado con lágrimas, pero sobre todo, un periodo largo de silencio. Desde hacía varios días no le dirigía la palabra. Luego de largos sermones interminables, ese silencio era lo que más dolía. Significaba que no tenía nada más que decir, que se había dado por vencida. Era el punto máximo de la decepción, ya no tenía palabras que expresaran lo que sentía.
Su padre de otro modo, muy diferente, había logrado demostrar su dolor. Después de ese amargo momento de la confesión, rompía cuanto tenía a su alcance. Era eso, o romperle la cara al novio de su hija. Los hombres suelen reaccionar de esa manera ante ese tipo de situaciones. Aún así, esos momentos de ira extrema, habían durado un par de días. Pasó por el mismo proceso del silencio por varios días, pero hacía un par de días había vuelto a saludarla. En ese momento no sabía si estaba enojado, solo sabía que ella ya no era la misma ante sus ojos. Se sentía más que sola, su madre ignoraba su existencia, su padre la trataba como si fuera una invitada dentro de la casa. Sentía el calor que salía de la habitación que había estado cerrada por lo que había transcurrido de la noche. Se sentía un poco mejor, tenía a sus padres junto a ella, y ellos estaban en paz. Se dio cuenta de que tenía la mano de nuevo sobre el vientre, se levantó la blusa y acarició su piel con un dedo.
Cerró la puerta y se alejó tratando de no hacer ruido. Regresó a la película, una de las chicas se estaba tomando medio frasco de pastillas, se aterrorizó al verlo. Recordó todo lo que había pasado por su mente luego de hacer la prueba casera, morir ella junto con el bebé fue una de las opciones, matar al bebé, o tenerlo. Cada vez que pensaba en una de las opciones pensaba en sus implicaciones, es decir, que pasaría con su vida, con la de los demás, con su entorno. Pensaba en el bebé, deseaba que fuera una niña, la imaginaba, regordeta y risueña. La veía crecer frente a sus ojos, volverse una chica de su edad. Tal vez ella no hiciera las cosas como ella, tal vez sería diferente, o tal vez haría las cosas igual. Se odió a sí misma por los momentos en que pensó en terminar con la vida de la inocente creatura. La vida, su vida, esa maravillosa cosa que crecía dentro de ella. Una lágrima nació en su ojo, recorrió su rostro y terminó al borde de su mejilla, dónde su mano la enjugó.
¿Qué le esperaba en la vida a su bebé? Se alegraba solamente con imaginársela dar sus primeros pasos, con su primera palabra, con su primer día en la escuela, con su primera amiga, con su primer examen, con su primer vestido, con su primera fiesta, con su primer novio, con su primera y única vida. Seguía pensando en una niña, muy parecida a ella, a cuántas personas tocaría en su vida. Esa niña tenía un plan, tenía muchísimas oportunidades delante. Tocó con la punta de sus dedos su vientre. Llevó sus dedos a su boca y los besó. Luego puso sus dedos debajo de su ombligo, donde creía que estaba la cabeza del bebé. Yo nunca te haré lo que me han hecho a mí. No hubo necesidad de decirlo, sabía que podía oír sus pensamientos. Se apoltronó en el sillón, y apagó la televisión. Debía dormir, no era justo para el bebé que ella siguiera despierta.
A la mañana siguiente su madre observó la escena desde la puerta, dudó unos momentos, y entró para recoger los platos todavía con restos de comida. Se quedó observándola, tenía las manos sobre su vientre, al darse cuenta de ello los ojos se le llenaron de lágrimas. Un ruido detrás de ella la hizo voltear con brusquedad, su esposo estaba detrás de ella, empezó a llorar con fuerza y se dejó caer en sus brazos, que la condujeron fuera de la habitación. Mientras salían entre sollozos, le decía. “Mira sus manos… ¡Mira sus manos!… Nunca debimos haberla obligado… Nunca, nunca… Ella no sabe que él bebé está muerto… Nunca, ¡Nunca!”
Es muy fácil sacarle a una madre un bebé del útero, pero es muy difícil sacárselo del corazón