miércoles, 18 de mayo de 2011

nonsense

Así eran todos los días, en medio del verdor y el estertor de la mañana. Respirando jadeante se levantaba y con esfuerzo se levantaba. El día se le iba entre hormigas disfrazadas y danzantes. Ironías de la vida, estas no era trabajadoras, pasaban todo el día junto a él, bebiendo café y fumando sin cesar. A cambio el tampoco trabajaba, no hacía nada más que estar con ellas en las fístulas del campo. Astraído como estaba todo el tiempo, no se daba cuenta del constante cambio en los trajes de las hormigas. Un día podrían estar una de fraile y una de moja, las demás de feligreses contritos. Un único día se mostraron disfrazadas de frutas, de un bocado se comió una uva, pero al sentir el sabor a tinta la escupió y rió la idiotez de las hormigas. Al siguiente día llegaron vestidas de flores en un exótico ramillete, las olió y deshojó una, al sentir el olor a brea, bajó la cabeza y dijo, ustedes nunca aprenden. Ocasión feliz fue cuando se cubrieron con hojas y se disfrazaron de seres invisibles, observaba las tazas vaciarse y el humo salir de la nada. Una madrugada se disfrazó de gotas de rocío y refrescó su cuerpo. Un día se disfrazaron de palabras y pudieron entablar una conversación, luego de entablarla, la serraron, la clavaron, barnizaron y construyeron una silla para conversar. La silla quedó ahí, y a partir de ese día él se sentaba en ella, ah y gritaba, ahí hay, hay ahí, contestaba. Las hormigas lo observaban con tranquilidad y danzaban alrededor de la silla, una detrás de otra y la otra delante de ella, movían los pies y chaqueaban sus mandíbulas, creando música de la danza y para la danza. Siempre en disfraces y caretas, cada día diferentes. Parecía que su único trabajo por la noche era crear el atuendo del día siguiente, y el día siguiente siempre se los probaba para darles el visto bueno. Así se iban los días, un día llegaban todas las hormigas con un tema en común, otro día totalmente disparejas, era un pez una, una raqueta la otra, una rueda una, una obra completa de José Saramago la otra, era un plato de gachas una, la otra un gacho clavo, una era un martes, un cubo de sal la otra, una era un átomo de Paladio, un espejo redondo era la otra, una era la otra y la otra era la una con el sol inclemente de esa hora. Pero un día lo acarició, lo tocó, lo vio, lo encontró. Era lo que estaba esperando, era por lo que soportaba las danzas de las hormigas, era por lo que estaba en ese agujero del bosque, era por lo que estaba inmóvil. Se había encontrado con sí mismo, y era tan parecido a él que lo asustaba. Pero debía aprender a vivir con él, y él consigo mismo. Pasaron la tarde juntos, conociéndose, pues como diría el oráculo de Delfos, conócete a ti mismo. Fue un día de mucho aprendizaje, pero al día siguiente regreso a las danzas y los disfraces de las hormigas, cómo si nada hubiera pasado.

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