domingo, 12 de julio de 2015

Clientes

Al fin y al cabo estaba acostumbrado ser el chico de la limpieza de alfombras, el exterminador, el fumigador, el plomero, pero por qué los homosexuales tenían que elegir esos trabajos falsos tan maricas “medidor de cortinas” como si no fuera suficiente con aceptar a un hombre luego de horas de trabajo en su casa. Luego de dejar todas sus credenciales en cada una de las estaciones de seguridad al fin lo dejaban tomar el ascensor al piso de su cliente. Vaya crédulos estos, como si se fuera a tardar más de una hora en medir los espacios de una cortina. Por lo visto sabían que era un maniático con la decoración, como si eso no fuera suficiente para saber que todos los hombres que iban a ese piso no iban precisamente a lo que informaban en los puestos de seguridad. Tocó el timbre, aunque sabía que ya lo esperaba. Sabía que si llegaba cinco minutos tarde sus clientes estaría un poco más ansiosos y que haría que sus orgasmos más rápidos. Las mejores eran las mujeres, un par de caricias en el lugar correcto, ese que nunca tocaban sus maridos era suficiente para que estuvieran al borde del clímax. Un par de besos bien colocados, los dedos presionando los puntos correctos, con la intensidad justa, un par de caricias en el mismo lugar para simular afecto y tenía a sus clientes en la punta de sus dedos. Esta vez ya estaba un poco retrasado, por eso había tocado inmediatamente, esperó un momento hasta que al fin le abrió, le dio la mano de forma seca, sabía que lo hacía porque había una cámara apuntando justo a esa puerta. Lo dejó entrar con un seco movimiento de la mano, para que pudiera pasar a través de un pequeño hall. Un paragüero en la entrada lo delataba como un nostálgico de pacotilla. “Abrí una botella de vino en lo que venías”. Él se limitó a sonreír y asintió, como quien no le daba importancia, por lo menos le facilitaba el embriagarse para poder continuar. Aceptó la primera copa y le dio dos sorbos, tampoco podía permitir que lo emborrachara. Luego de ver que tomaba su copa y la rebajaba a la mitad sabía que él también luchaba para poder hacer lo que seguía. Luego de algunos minutos de perorata la botella iba debajo de la mitad. Por lo visto debía terminarse la botella para que su trabajo estuviera completo. Así que se sirvió una copa y le dijo “El resto es tuyo” Lo demás que restaba en la botella lleno la copa casi a rebosar, al fin y al cabo necesitaba necesitaría alcohol para lo que le esperaba. Repetía la misma rutina siempre, tocar para que sus clientes se sintieran deseados, aunque cada célula de su piel que tocara esos senos flácidos, o las incipientes a prominentes barrigas, o esos muslos llenos de celulitis lo odiaran y le recriminaran con insultos. Desnudarlos siempre, para que se sintieran esperados, dejar que lo acariciaran, pero hacerlo él más que ellos. Luego de hacer que esos hombres o mujeres se sintieran deseados sólo quedaba hacer lo que sabía hacer mejor, llenar un par de agujeros con frenesí, quería que se quejaran, hacerlos sufrir un poco por atreverse a ponerle un precio a su cuerpo, con cada empellón debían pagar, aunque muchas veces parecía que eso era lo que más disfrutaban. Debía mantener la cabeza fría y no dejarse llevar, siempre era primero el orgasmo del cliente y luego el suyo.  Fingido o no, ya no sabía tener uno sin fingir, ni fingir sin tener uno. Luego de varios minutos el cliente estaba satisfecho y él estaba casi listo para partir. Era el momento de solicitar el pago, al estar desnudos y haber comprobado lo bueno de sus servicios, muchas veces llegaban a pagarle un poco más. Se levantó buscando el dinero y salió de la habitación, eso le daba tiempo de curiosear un poco, observó una gran librera que cubría buen parte de la pared, la mayoría de los libros eran muy viejos, y los que se miraban más nuevos parecía que nunca habían sido abiertos. Observó el resto de cosas que habían colgadas en la pared, cartelones de cine, y cuadros. Se paró en medio de la habitación, sabía que no debía vestirse todavía, se orientó hacía la ventana y vio la ciudad, con las luces titilantes y los demás edificios alrededor. Su cliente entró de nuevo con un fajo de billetes “¿Qué haces?” “Midiendo el espacio de las cortinas” y sonrió. Ya vestido de nuevo y con el fajo de billetes en el bolsillo salía del edificio con la misma sonrisa en el rostro. Se puso a pensar que si tal vez si todo el mundo fuera más abierto con su sexualidad para él sería mucho más fácil tener este tipo de trabajo. Aunque pensándolo bien no sería así, porque sus clientes serían libres de tener sexo con quien quisieran, las mujeres insatisfechas por sus esposos serían libres de obtener lo que querían con quien quisieran, y los hombres como este que muy probablemente se había casado por aparentar, podría obtener lo que de verdad querían. No, definitivamente era mejor para él que las cosas continuaran así. 

lunes, 1 de junio de 2015

Dos caras

Levantó la cerveza como quien no ponía atención. Sus amigos estaban justo detrás de él hablando con un par de chicas, odiaba esa manera en que las abordaban, entre todos, como chacales sobre una presa fácil, y vaya que eran presas fáciles. La botella estaba fría en su mano, sentía la humedad en sus dedos, acercó la boquilla a sus labios y le dio un sorbo. La colocó de nuevo en la mesa, las chicas iban y venían, en un vaivén de encaje con arabescos de negligé. Una de las mujeres hacia cabriolas sobre un escenario, no podía creer como era que lograba mantener el equilibrio. Miraba con atención a todas las personas que tenía a su alrededor, entre sorbo y sorbo de cerveza. Estaba empezando a aburrirse  un poco, cuando una chica se le acercó, él ya sabía a qué venía pero aun así la dejó acercarse.

- Oye ¿por qué tan solo? - Dijo con voz meliflua.
- Mis amigos está allá, - dijo señalando con la cabeza - atacando a tus amigas.
- ¿Y por qué no estás con ellos?
- Bueno, no me gusta eso de devorar a la presa en manda, soy más de cazar solo.
- Ya veo, pero en este caso, pareciera que quien te está cazando soy yo. - Dijo con una sonrisa.
- Puede ser, o tal vez solo estoy dejando que la presa se acerque un poco.

La chica rio de nuevo, por lo menos tenía una bonita sonrisa. La vio con más atención, tenía el cuerpo bronceado perfectamente, ni una línea más clara en su cuerpo, que se dejaba mostrar a través de su escasa ropa. Con un rápido movimiento retiró su cabello de enfrente y lanzándolo a la espalda se recostó en la mesa, sacando un poco los senos, sabía que la observaba y debía sacar partido de ello. Sabía que debía hacer para poder continuar con la plática, así que levantó la mano y pidió dos cervezas. El camarero vestido de forma elegante entendió inmediatamente las señas y llevó dos botellas. Ya librada del coqueteo inicial decidió moverse un poco más y cerrar el trato, sentándose en sus piernas soltando una carcajada. Claro para ella todo era un juego, estaba al acecho, buscando victimas a quienes atrapar en medio de sus piernas, a quien dejarle poner las manos encima, con quien dejarse sentir utilizada.

- ¿Por qué?
- Por qué que cariño.
- ¿Por qué haces esto?
- Por lo visto eres muy serio. - Dijo mientras volvía a hacer su cabeza para atrás, dejando el cuello al descubierto. - Lo hago porque puedo beber, estar de fiesta todas las noches, me pagan por tener sexo.
- En serio, ¿por qué lo haces?
- En serio, lo hago por eso, aparte… así nadie me romperá el corazón.
- Eso me suena como una razón más valida que todas las que me diste antes. ¿Podría saber cuál es tu nombre? - Dijo al tiempo que ponía la mano sobre su muslo, no lo hacía como lo hacían los demás, lo la tocaba con deseo y eso lo notó.
- Cristal, mi nombre es Cristal.
- Tu verdadero nombre.
- Me llamo Samanta. - Dijo mientras lo miraba a los ojos, como escudriñando que era lo que pasaba por la mente de ese hombre.
- Te pedí tu verdadero nombre. - La miraba a los ojos fijamente. La sorpresa estaba palpable en su rostro.
- Me llamo Elena. - Contestó al fin, había vergüenza en su voz, tal vez era la primera vez que decía su nombre en ese lugar.
- No te avergüences. Todos tenemos lados que no les mostramos a los demás, vamos piensa que somos como monedas, siempre tenemos dos caras. Tomate esa cerveza, eso te ayudará.

Ella asintió y dio un largo trago, volviendo a poner en descubierto su cuello, lo vio de nuevo y sonrió, volteando de nuevo al techo. Él levantó la mano y le rozó el cuello con delicadeza, notó como sus muslos se tensaban, y sus pechos se estremecían, definitivamente nadie la había tocado así nunca antes. Con la otra mano tomó su cadera con firmeza, para luego acariciarla con dulzura. Ella se estremeció de nuevo, pero se inclinó en su oreja, y le susurró: “No sigas, no por permiten hacer esto frente a todos.” Un mesero la llamó y ella se levantó inmediatamente, habló un momento con él, para luego irse. El mesero llegó con él a ofrecerle algo más de beber, en lo que Cristal tenía su turno para ofrecer un espectáculo, cortésmente lo rechazó y le dijo que iba a pagar. Pagó, recibió su recibo con el monto gastado y se levantó, sus amigos un poco asombrados lo siguieron.

- No que ibas a lograr tirarte a una de ellas sin pagar. - Dijo uno de ellos cuando ya estaban fuera del burdel.
- Y así será, sólo que no será hoy. - Contestó mientras sacaba el recibo de la bolsa de su camisa y se los mostraba. Escrito claramente se leía Cristal y un número de teléfono.
- Guau. Eres lo máximo, tenemos que ser tus alumnos, nos tienes que enseñar.
- Guardó tranquilamente el pedazo de papel en el bolsillo para contestarles.
- Las putas son siempre iguales, solo hay que saber qué cara de la moneda hay que mostrarles.