martes, 20 de diciembre de 2016

Lago

Al fin podía darse un tiempo de descanso de todo, necesitaba ese par de días para desintoxicarse completamente, así que empacó sus maletas con lo más esencial, dejó su teléfono en casa y salió muy de mañana para poder llegar con la luz del sol a ese lago que tanto le gustaba. El camino en la carretera fue muy tranquilo, nubarrones grises se dejaban ver de vez en cuando, pero el sol iluminaba todo a raudales la mayoría del tiempo. Hacía viento, así que cuando paró en una estación por gasolina tuvo que ponerse una chaqueta, compró una especie de pastel que en el empaque decía relleno de manzana, pues no había desayunado, un vaso de duroport con café acompañaría el frugal desayuno. Ya con algo en el estómago y de nuevo en la carretera podía encender un cigarrillo, el paisaje estaba empezando a cambiar, de los tonos terrosos a los que estaba acostumbrado a cada vez más gris, con pedruscos más y más grandes. Algo así como el cigarrillo que ya terminó, el tabaco quemándose, como si estuviera en una carrera, con dirección a la brasa, y ahora estuviera en las cenizas. Definitivamente debía de comer algo más, ese tipo de ideas descabelladas no se le hubieran ocurrido si estuviera completamente satisfecho. Lo bueno era que en el lago siempre había personas vendiendo comida, podría comprar algo y sentarse en las frías rocas a observar la quietud del agua.

No sabía por qué le llamaba tanto la atención ese lago en particular, había otros mucho más atractivos, pero este siempre le había fascinado, era gris, rocoso y frío. No había una playa decente dónde descansar, únicamente rocas y más rocas. A partir de la última visita había aprendido a llevar una silla plegable para poder descansar con comodidad, usualmente necesitaba armarse de valor para meterse al agua, ya que siempre estaba helada y hacía dudar hasta al más valiente. Ya estaba llegando a la última curva del camino, desde la cual podía ver el lago, decidió encender otro cigarrillo, esa vista lo ameritaba, gris y más gris, rocas, y montañas grises, con poco verde, y ese poco tan deslucido y mustio que le daba un aire demasiado melancólico. Llegó al parqueo dónde siempre dejaba el automóvil, se bajó de un salto, el hotel estaba un par de calles a la derecha, aun así lo primero era disfrutar la mañana en el lago, cuando hizo su reservación le hicieron la aclaración de que podría ingresar a su habitación hasta luego de medio día. Así que tomó una pequeña mochila que ya tenía preparada, y luego de verificar que todo quedara asegurado, empezó a caminar, todavía debía bajar por unas callejuelas estrechas, las casas de distintos colores y materiales quedaban a veces tan cerca, que los vecinos de frente podían darse la mano durante las mañanas por las ventanas.

Llegó al final del camino, la playa, si es que le podía decir así a esa superficie plana llena de piedras redondas y húmedas. Buscó en sus bolsillos, y encontró otro cigarrillo, dejó caer la mochila y sacó la silla plegable. De un golpe la armó y se dejó caer en ella, el viento era helado, casi gris, como todo alrededor. Jugueteó con el cigarrillo que tenía entre los dedos antes de encenderlo, dejo ir una bocanada de humo gris. Se quedó observando el lago, cerca de él pasó una mujer vendiendo fruta, luego de escoger un par de cosas volvió a recostarse en la silla. El cigarrillo ya casi se había consumido, tomó una mandarina de entre las cosas que había comprado y metió el resto en la mochila. Entre bocanada y bocanada se desató los zapatos para poder descalzarse. Puso los pies desnudos sobre las rocas y sintiendo el frío que le golpeaba los pies, un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Apagó la colilla contra una roca, ya no podía pisarla con el pie desnudo. Tomó uno nuevo y luego de encenderlo caminó despacio a la orilla del agua. Con la mandarina en una mano y el cigarrillo en la otra se levantó un poco del dobladillo del pantalón, cuando al fin estuvo en la orilla se sentó y dejó que el agua juguetona le acariciara los pies. Peló la mandarina con paciencia mientras se fumaba el nuevo cigarrillo. El aroma del tabaco en sus dedos se mezclaba con el de la mandarina, el zumo de la cáscara llenaba sus dedos e impregnaba el filtro del cigarrillo, luego de otra bocanada sentía el aroma de la mandarina en sus pulmones. Tiró los trozos de la cáscara lo más lejos que pudo, terminó el cigarrillo y lanzó la colilla en la misma dirección. Gajo por gajo se comió la mandarina, escupiendo las semillas en el agua.

El frío del agua empezaba a hacer mella en su cuerpo, estaba a punto de dar vuelta cuando sintió que el agua estaba mucho más debajo de sus tobillos, cuando hacía unos minutos estaba casi al nivel de su rodilla. Volteó a ver hacía la orilla, la cual estaba mucho más cerca y se acercaba cada vez más. Lo primero que pensó fue en un tsunami, pero eso solamente pasaba en el mar, o al menos eso sabía. Vio su silla tan lejos, con su mochila, escudriñó el resto de la orilla, buscando algún posible refugio, decidiéndose por una vieja torre de vigía. Empezó a dar saltos en el agua, para luego empezar a correr sobre las húmedas rocas llenas de lodo. Varias veces trastabilló al tropezar con alguna roca pero siguió su alocada carrera. Al fin llegó a su silla, la levantó de un golpe junto con su mochilla, y siguió corriendo hasta la vetusta torre, cayó de bruces poco antes de llegar a la escalera, se levantó casi sin pensar en que estaba haciendo y se colgó la mochila en los hombros, lanzó la silla a un lado, y empezó a subir con frenesí. A media escalera pudo hacer una pausa, con nerviosismo vio hacia el lago y solo vio agua, al ver hacia abajo vio que ya había llegado hasta el pie de la torre y parecía subir despaci, con paciencia. Sintió el sudor en su frente y siguió subiendo hasta llegar al pequeño cuarto que conformaba la torre.

Dentro estaba oscuro y húmedo, las paredes pintarrajeadas por los visitantes nocturnos le daba un aire siniestro. Se dejó caer y vio sus pies descalzos, le faltaban algunos trozos de uña y estaban un poco ensangrentados, las palmas de sus manos también, pero al menos ahora se encontraba a salvo, el agua no podría llegar hasta esa altura. Muy despacio se acercó a la orilla y vio que el agua cubría la mitad de la playa, sabía que lo peor sería cuando regresara el agua a su lugar, pero debía de haber llegado mucho más lejos, así que empezó a bajar, la gente seguía a la orilla de la playa observando el raro comportamiento del agua, no había avanzado ni un tercio de la escalerilla cuando se fijó en que el agua se retiraba de nuevo, ahora con mayor velocidad, prefirió subir de nuevo y observó que el agua se alejaba esta vez mucho más. Apenas una línea tenue separaba la playa de la parte mucho más oscura que siempre se encontraba cubierta de agua. El agua regresó de nuevo, ahora mayor velocidad, se quedó estática por un momento y se retiró con mayor velocidad. Parecía como si algún cruel dios estuviera metiendo su dedo en el centro del lago y lo estuviera revolviendo sólo para atormentar a las personas que estuvieran en la orilla.

Empezó a ver ciertas cosas flotando en el agua, cajas de madera y similares que empezaban a unirse al vaivén del agua. Parecía que nunca iba a acabar, el movimiento cada vez era más brusco, detrás de él empezó a escuchar voces de alarma, parecía que la gente no estaba tan estática, cada vez el movimiento era más rápido, aunque el agua siempre tomaba una pausa al retirarse y al llenar la playa. A lo lejos divisó lo que parecía una bicicleta siendo arrastrada, pero desapareció antes de que pudiera distinguirla, el agua no llegaba hasta su refugio, pero hasta cuándo aguantarían los postes de madera no podría asegurarlo. El agua se alejó de nuevo, pero ahora un grito acompañó su movimiento, sacó la cabeza para ver que sucedía y pudo ver a un niño que corría hacia el agua, persiguiéndola, apenas se despegaba de ella por unos metros, una mujer corría detrás de él pero estaba demasiado lejos como para alcanzarlo. El agua se quedó estática por un momento y cubrió al niño por completo cuando regresaba, la mujer siguió corriendo hacia el agua hasta que de un empellón la lanzó contra las rocas. El agua se retiraba de nuevo, la mujer se levantó y siguió gritando y corriendo, hasta que el agua se detuvo, luego de eso corrió con más velocidad, al observar que regresaba se hincó en medio de las piedras y dejó que el agua la cubriera.


Tragó saliva luego de ver a esas dos personas desaparecer, y se dio cuenta de que apenas estaba agarrado del marco de la puerta y tenía los pies en el primer peldaño de la escalera. Regresó al fondo de la pequeña construcción de madera y se tragó las lágrimas que llenaban sus ojos. El lago seguía con su vaivén, sólo podía ver el agua que se movía. Respiró profundo. Debía de encontrar el momento de huir, sacó la cabeza de nuevo y notó que el movimiento era cada vez más suave, pero no terminaba de agarrar valor para bajar, poco a poco el agua regresó a su límite normal, cuando ya sólo acariciaba las piedras de la orilla con suavidad, sus pies tocaron las frías y húmedas piedras. Sin apenas ver como estaba todo alrededor suyo, corrió hacía su auto, no permitiría que él fuera el siguiente sacrificio para esos dioses que jugaban con el lago para obtener sus presas. 

domingo, 12 de julio de 2015

Clientes

Al fin y al cabo estaba acostumbrado ser el chico de la limpieza de alfombras, el exterminador, el fumigador, el plomero, pero por qué los homosexuales tenían que elegir esos trabajos falsos tan maricas “medidor de cortinas” como si no fuera suficiente con aceptar a un hombre luego de horas de trabajo en su casa. Luego de dejar todas sus credenciales en cada una de las estaciones de seguridad al fin lo dejaban tomar el ascensor al piso de su cliente. Vaya crédulos estos, como si se fuera a tardar más de una hora en medir los espacios de una cortina. Por lo visto sabían que era un maniático con la decoración, como si eso no fuera suficiente para saber que todos los hombres que iban a ese piso no iban precisamente a lo que informaban en los puestos de seguridad. Tocó el timbre, aunque sabía que ya lo esperaba. Sabía que si llegaba cinco minutos tarde sus clientes estaría un poco más ansiosos y que haría que sus orgasmos más rápidos. Las mejores eran las mujeres, un par de caricias en el lugar correcto, ese que nunca tocaban sus maridos era suficiente para que estuvieran al borde del clímax. Un par de besos bien colocados, los dedos presionando los puntos correctos, con la intensidad justa, un par de caricias en el mismo lugar para simular afecto y tenía a sus clientes en la punta de sus dedos. Esta vez ya estaba un poco retrasado, por eso había tocado inmediatamente, esperó un momento hasta que al fin le abrió, le dio la mano de forma seca, sabía que lo hacía porque había una cámara apuntando justo a esa puerta. Lo dejó entrar con un seco movimiento de la mano, para que pudiera pasar a través de un pequeño hall. Un paragüero en la entrada lo delataba como un nostálgico de pacotilla. “Abrí una botella de vino en lo que venías”. Él se limitó a sonreír y asintió, como quien no le daba importancia, por lo menos le facilitaba el embriagarse para poder continuar. Aceptó la primera copa y le dio dos sorbos, tampoco podía permitir que lo emborrachara. Luego de ver que tomaba su copa y la rebajaba a la mitad sabía que él también luchaba para poder hacer lo que seguía. Luego de algunos minutos de perorata la botella iba debajo de la mitad. Por lo visto debía terminarse la botella para que su trabajo estuviera completo. Así que se sirvió una copa y le dijo “El resto es tuyo” Lo demás que restaba en la botella lleno la copa casi a rebosar, al fin y al cabo necesitaba necesitaría alcohol para lo que le esperaba. Repetía la misma rutina siempre, tocar para que sus clientes se sintieran deseados, aunque cada célula de su piel que tocara esos senos flácidos, o las incipientes a prominentes barrigas, o esos muslos llenos de celulitis lo odiaran y le recriminaran con insultos. Desnudarlos siempre, para que se sintieran esperados, dejar que lo acariciaran, pero hacerlo él más que ellos. Luego de hacer que esos hombres o mujeres se sintieran deseados sólo quedaba hacer lo que sabía hacer mejor, llenar un par de agujeros con frenesí, quería que se quejaran, hacerlos sufrir un poco por atreverse a ponerle un precio a su cuerpo, con cada empellón debían pagar, aunque muchas veces parecía que eso era lo que más disfrutaban. Debía mantener la cabeza fría y no dejarse llevar, siempre era primero el orgasmo del cliente y luego el suyo.  Fingido o no, ya no sabía tener uno sin fingir, ni fingir sin tener uno. Luego de varios minutos el cliente estaba satisfecho y él estaba casi listo para partir. Era el momento de solicitar el pago, al estar desnudos y haber comprobado lo bueno de sus servicios, muchas veces llegaban a pagarle un poco más. Se levantó buscando el dinero y salió de la habitación, eso le daba tiempo de curiosear un poco, observó una gran librera que cubría buen parte de la pared, la mayoría de los libros eran muy viejos, y los que se miraban más nuevos parecía que nunca habían sido abiertos. Observó el resto de cosas que habían colgadas en la pared, cartelones de cine, y cuadros. Se paró en medio de la habitación, sabía que no debía vestirse todavía, se orientó hacía la ventana y vio la ciudad, con las luces titilantes y los demás edificios alrededor. Su cliente entró de nuevo con un fajo de billetes “¿Qué haces?” “Midiendo el espacio de las cortinas” y sonrió. Ya vestido de nuevo y con el fajo de billetes en el bolsillo salía del edificio con la misma sonrisa en el rostro. Se puso a pensar que si tal vez si todo el mundo fuera más abierto con su sexualidad para él sería mucho más fácil tener este tipo de trabajo. Aunque pensándolo bien no sería así, porque sus clientes serían libres de tener sexo con quien quisieran, las mujeres insatisfechas por sus esposos serían libres de obtener lo que querían con quien quisieran, y los hombres como este que muy probablemente se había casado por aparentar, podría obtener lo que de verdad querían. No, definitivamente era mejor para él que las cosas continuaran así. 

lunes, 1 de junio de 2015

Dos caras

Levantó la cerveza como quien no ponía atención. Sus amigos estaban justo detrás de él hablando con un par de chicas, odiaba esa manera en que las abordaban, entre todos, como chacales sobre una presa fácil, y vaya que eran presas fáciles. La botella estaba fría en su mano, sentía la humedad en sus dedos, acercó la boquilla a sus labios y le dio un sorbo. La colocó de nuevo en la mesa, las chicas iban y venían, en un vaivén de encaje con arabescos de negligé. Una de las mujeres hacia cabriolas sobre un escenario, no podía creer como era que lograba mantener el equilibrio. Miraba con atención a todas las personas que tenía a su alrededor, entre sorbo y sorbo de cerveza. Estaba empezando a aburrirse  un poco, cuando una chica se le acercó, él ya sabía a qué venía pero aun así la dejó acercarse.

- Oye ¿por qué tan solo? - Dijo con voz meliflua.
- Mis amigos está allá, - dijo señalando con la cabeza - atacando a tus amigas.
- ¿Y por qué no estás con ellos?
- Bueno, no me gusta eso de devorar a la presa en manda, soy más de cazar solo.
- Ya veo, pero en este caso, pareciera que quien te está cazando soy yo. - Dijo con una sonrisa.
- Puede ser, o tal vez solo estoy dejando que la presa se acerque un poco.

La chica rio de nuevo, por lo menos tenía una bonita sonrisa. La vio con más atención, tenía el cuerpo bronceado perfectamente, ni una línea más clara en su cuerpo, que se dejaba mostrar a través de su escasa ropa. Con un rápido movimiento retiró su cabello de enfrente y lanzándolo a la espalda se recostó en la mesa, sacando un poco los senos, sabía que la observaba y debía sacar partido de ello. Sabía que debía hacer para poder continuar con la plática, así que levantó la mano y pidió dos cervezas. El camarero vestido de forma elegante entendió inmediatamente las señas y llevó dos botellas. Ya librada del coqueteo inicial decidió moverse un poco más y cerrar el trato, sentándose en sus piernas soltando una carcajada. Claro para ella todo era un juego, estaba al acecho, buscando victimas a quienes atrapar en medio de sus piernas, a quien dejarle poner las manos encima, con quien dejarse sentir utilizada.

- ¿Por qué?
- Por qué que cariño.
- ¿Por qué haces esto?
- Por lo visto eres muy serio. - Dijo mientras volvía a hacer su cabeza para atrás, dejando el cuello al descubierto. - Lo hago porque puedo beber, estar de fiesta todas las noches, me pagan por tener sexo.
- En serio, ¿por qué lo haces?
- En serio, lo hago por eso, aparte… así nadie me romperá el corazón.
- Eso me suena como una razón más valida que todas las que me diste antes. ¿Podría saber cuál es tu nombre? - Dijo al tiempo que ponía la mano sobre su muslo, no lo hacía como lo hacían los demás, lo la tocaba con deseo y eso lo notó.
- Cristal, mi nombre es Cristal.
- Tu verdadero nombre.
- Me llamo Samanta. - Dijo mientras lo miraba a los ojos, como escudriñando que era lo que pasaba por la mente de ese hombre.
- Te pedí tu verdadero nombre. - La miraba a los ojos fijamente. La sorpresa estaba palpable en su rostro.
- Me llamo Elena. - Contestó al fin, había vergüenza en su voz, tal vez era la primera vez que decía su nombre en ese lugar.
- No te avergüences. Todos tenemos lados que no les mostramos a los demás, vamos piensa que somos como monedas, siempre tenemos dos caras. Tomate esa cerveza, eso te ayudará.

Ella asintió y dio un largo trago, volviendo a poner en descubierto su cuello, lo vio de nuevo y sonrió, volteando de nuevo al techo. Él levantó la mano y le rozó el cuello con delicadeza, notó como sus muslos se tensaban, y sus pechos se estremecían, definitivamente nadie la había tocado así nunca antes. Con la otra mano tomó su cadera con firmeza, para luego acariciarla con dulzura. Ella se estremeció de nuevo, pero se inclinó en su oreja, y le susurró: “No sigas, no por permiten hacer esto frente a todos.” Un mesero la llamó y ella se levantó inmediatamente, habló un momento con él, para luego irse. El mesero llegó con él a ofrecerle algo más de beber, en lo que Cristal tenía su turno para ofrecer un espectáculo, cortésmente lo rechazó y le dijo que iba a pagar. Pagó, recibió su recibo con el monto gastado y se levantó, sus amigos un poco asombrados lo siguieron.

- No que ibas a lograr tirarte a una de ellas sin pagar. - Dijo uno de ellos cuando ya estaban fuera del burdel.
- Y así será, sólo que no será hoy. - Contestó mientras sacaba el recibo de la bolsa de su camisa y se los mostraba. Escrito claramente se leía Cristal y un número de teléfono.
- Guau. Eres lo máximo, tenemos que ser tus alumnos, nos tienes que enseñar.
- Guardó tranquilamente el pedazo de papel en el bolsillo para contestarles.
- Las putas son siempre iguales, solo hay que saber qué cara de la moneda hay que mostrarles. 

domingo, 26 de mayo de 2013

El indio

El indio es aquel que ha nacido en Guatemala.
El indio tiene sangre maya en las venas.
El indio es necio, pero así como es de necio es perseverante y nunca pierda la esperanza.
El indio es aquel que utiliza ropas con tejidos de colores.
El indio es aquel que regatea en el mercado con otros indios.
El indio es aquel que consume productos producidos en su tierra.
El indio es aquel que escucha una marimba y piensa en un plato de caldo.
El indio es aquel que come en el mercado sin temor a enfermarse.
El indio es aquel que ve las tradiciones de su país como algo a respetar.
El indio es aquel que trabaja incansablemente, todos los días.
El indio toma café con pan dulce.
El indio es aquel en cuya mesa nunca pueden faltar las tortillas.
El indio es aquel que confía en los remedios caseros.
El indio dice palabrotas cada vez que puede.
El indio es aquel que le tiene miedo y respeto a las leyendas.
El indio es aquel que tal vez no se sepa de memoria el himno nacional, pero se pone la mano sobre el corazón cada vez que lo canta.

Todo somos indios, todos somos guatemaltecos, todos somos humanos. 

lunes, 11 de febrero de 2013

La María


¿Por qué negarlo? Se sentía incomoda, no estaba acostumbrada a esas cosas. Bueno tal vez sí pero a observarlas desde fuera, no a ser parte de ellas. En la pequeña aldea de la que había salido en busca de trabajo de sirvienta, no usaban tenedores, las tortillas que preparaba con sus hermanas eran suficientes para llevarse la comida a la boca. Tenía 13 años cuando había dejado su casa, una amiga de la familia la había recomendado con “los señores”. Desde el primer día habían visto con desprecio sus pies descalzos y su único traje que había tejido junto con su madre. Arrugando la nariz le ordenaron darse un baño. Le indicaron dónde estaba su cuarto, en el que había una diminuta cama y un pequeño sanitario con ducha y nada más. Temerosa observó la ducha, la asoció con el único grifo que había en la aldea, que a veces servía y a veces no. Dejó su traje en el piso y se metió bajo la corriente de agua fría, eso no le importaba, el agua del río en el que se bañaba era mucho más fresca. La puerta se abrió y escuchó los tacones de “la señora”, entró al baño diciéndole que le había dejado ropa limpia en la cama, levantó el traje del suelo y se lo llevó. Había una falda y una blusa que le sentaban mal, y unos zapatos de plástico que lastimaban sus pies. Se los puso de todos modos, y salió para presentarse de nuevo con “los señores”, con una sonrisa la observaron, “la señora” le dijo que había tirado su traje a la basura porque estaba demasiado sucio. Apretó los dientes y asintió, esa mujer no sabía lo que habías costado para su familia comprar las telas, comprar los hilos, los días que había pasado tejiendo con su madre. No sabía la alegría que había sentido el primer día que se lo puso, el cariño con el que lo usaba. Esa noche lloró cuando la dejaron sola, eran lágrimas de odio, de resentimiento, de tristeza. Luego de un rato salió en busca de eso que le habían quitado, porque le habían quitado más que sólo su traje, le habían quitado algo de ella misma. Lo encontró lleno de cáscaras de fruta y otras cosas, lo limpió lo más que pudo y lo escondió debajo del colchón de su cama, dónde seguía hasta el día de hoy. Cuando se sentía demasiado sola lo sacaba y lo observaba, pasando sus dedos por los hilos de colores. Sus días eran grises, llenos de soledad y aislamiento, debía limpiar la enorme casa de arriba a abajo, ayudar en la cocina a “la señora” en lo que le solicitara, eso sí ella sólo comía las sobras de días anteriores, en la cocina, tenía su propio plato y cubiertos, que no debía mezclarse con los del resto de la familia, so pena de recibir un regaño a gritos de la señora. Así que por eso se le hacía raro compartir con esta familia en su mesa, usando los cubiertos que todos los demás usaban, con comida fresca y recién preparada. Era la primera vez que comía con la familia de su novio, se había puesto su mejor ropa y trataba de recordar todos aquellos “modales” que le habían enseñado. Al menos sí se habían preocupado por educarla a su manera, la habían inscrito en una escuela a la que asistía los fines de semana dónde había aprendido a leer y escribir. Cómo la mayor parte de lo que ganaba lo mandaba a su familia, con lo que sus hermanos más pequeños pudieron asistir a la escuela, decidió hacer lo mismo, y seguir estudiando. Hacía poco había terminado los básicos, asistía a las clases por la noche, eso sí, después de dejar la casa impecable. Ahí había conocido a su novio, él le había impartido varias clases, justo el último día de clases la invitó a salir diciendo que ya no era oficialmente su maestro. Ella se sonrojó y le dijo que sí, sólo quedaba pedirles permiso a “los señores”, él se encogió de hombros, pero ella frunció el ceño diciéndole que si pedía permiso para estudiar era una cosa, que para salir a esas cosas era diferente, que se lo debía ganar y ella asintió. Así que para poder darse ese pequeño lujo debió podar el jardín, encerar el piso, lavar el automóvil de la hija de la cual heredaba toda la ropa, lavar el de la familia, limpiar todas las ventanas y pulir la cubertería. Al final tenía los dedos enrojecidos y le ardía cada célula de su piel, pero tenía en el rostro una sonrisa. La cual no se borró en toda esa tarde, ni en otras tardes que pasaron juntos. Sería inútil enumerar lo que debía hacer para ganarse esos momentos de felicidad. Finalmente la invitó a comer en su casa, como su novia oficial, y ahí estaba, sentada, comiendo, hablando sólo para contestar las preguntas que le hacían. Ya al final de la cena le preguntaron de dónde era, luego de eso la madre se mostró especialmente interesada.
-¿Hace cuánto que no visitas tu aldea? -Preguntó
-Hace varios años. A la señora no le gusta. Dice que pierdo muchos días. Como debo tomar un bus, luego tomar otro. Después caminar por varias horas antes de poder llegar. Así que no me dan permiso. Sólo he regresado una vez.
-Qué mujer esa. -Dijo con desprecio -Bueno como todos han terminado me llevaré los platos.
-Déjeme ayudarle señora.
-No me digas así, ni que fuera la arpía para la que trabajas. Mi nombre es Esmeralda.
-Ella asintió llevándose varios platos.
-Sabes, esa es una de las razones por la que le gustas a mi hijo, siempre estás dispuesta a ayudar a los demás.
-Ella asintió de nuevo, mientras colocaban los platos en el fregadero.
-Vamos no seas modesta, bueno más bien no de esa manera. -Respiró profundo. -Dime ¿qué opinas de tus patrones?
- Pues… pues… que son malos, pero ellos creen que son buenos. Ni siquiera se saben mi nombre, sólo me dicen “La María”. Sólo me dan lo que sobra, no me respetan, no… -Las lágrimas no la dejaron seguir, Esmeralda se abalanzó sobre ella y la abrazó.
-Tranquila Clara, tranquila. -Mientras acariciaba su cabello, y miraba en esos ojos llenos de tristeza. -Sabes yo también fui “La María” de otras personas muy parecidas a esos con los que tu trabajas. Conozco tu aldea, la mía está, bueno… estaba cerca de la tuya, pero un día la incendiaron, yo pude huir, no sé cómo, con mi madre. Ella consiguió trabajo, pero yo debía ayudarla, me trataban como un animal, casi era la mascota de la familia. Pero crecí y ya no les agradó tenerme ahí, así que prácticamente me regalaron con unos amigos de ellos, tan despreciables como ellos. Pero estudié, salí de ahí, y conseguí un mejor trabajo. Dime, a ti que te gustaría ser.
-Pues… he pensado… en ser enfermera, pero… para eso no me darían permiso.
-Veremos qué podemos hacer, ahora lávate la cara y ayúdame con el postre, que debemos endulzarle la vida a nuestros chicos, como ellos nos han endulzado la nuestra. 

viernes, 18 de enero de 2013

Dos monedas


Me desperté antes de que el primer rayo de sol entrara por la ventana, el cielo estaba de ese tono grisáceo, como diría mi madre de color panza de burro. Incluso antes de que el radio se encendiera automáticamente. Me encantaba despertar así, sin preocupaciones, sin prisas, apague el radio para evitar que sonara, pero ya no pude dormir más. Me incorporé y dos monedas cayeron al piso. Me extrañó ya que no había dejado nada sobre la cama antes de dormir. Una de las monedas vibró un tiempo sobre el piso antes de quedarse quita. Salí con rapidez de la cama, poniendo los pies en el piso frío. Las recogí y las puse sobre la mesita de noche, donde volvieron a sonar con cantarina voz. Me di cuenta de que había una capa de polvo sobre ella, así que soplé para eliminarlo un poco. Oí como se movía alguien detrás de mí, pero al voltear no había nadie. Un escalofrío recorrió mi espalda, dejándome hasta los vellos de las piernas erizados. Frotándome los brazos recuperé un poco la compostura. Habría sido mi imaginación. Me dirigí al baño, no había nada que una buena ducha no me hiciera olvidar. Debajo del agua cerré los ojos, disfrutando el agua, en ese constante flujo que pasaba alrededor de mí. De repente, se detuvo y no caía nada sobre mí, abrí los ojos y revisé la llave. Estaba cerrada. Empecé a asustarme de nuevo, casi retando a mi propio miedo abrí de nuevo la llave. Sin quitarle la vista por unos minutos, hasta que observé como se cerraba de nuevo, como si una mano invisible lo hiciera. Casi resbalé del susto, como pude me agarre de la cortina desprendiéndola y cayendo sentado sobre el piso empapado. Pude oír como la puerta se cerraba de un portazo dejándome encerrado. Tomé como pude una toalla y abrí la puerta con lentitud. Lo que fuera ya se había ido, o tal vez estaba observándome invisible desde algún rincón. De nuevo me sentí atemorizado, pero sobre todo vulnerable. En una rápida carrera me metí de nuevo en mi habitación, cerrándola con llave. La casa era vieja, pero nunca había pasado algo así, nunca había estada tan asustado. El terror salía por cada poro de mi cuerpo, dejándome la carne de gallina. Respiré profundo, tratando de tranquilizarme, sintiéndome en todo momento abrí el closet, pero lo encontré vacío. Buscando por el cuarto encontré una camisa y un pantalón, por lo menos era de los mejores que tenía pero no encontré nada más. Cada vez me parecía más extraño todo, me sentía como si no estuviera en mi propia casa, había algo extraño en el ambiente. Luego de ponerme bien los zapatos y vestido me sentía menos vulnerable, es esa seguridad que nos da la ropa, en parte por el pudor que siempre no han inculcado. Ya en la cocina esperaba encontrar al menos a alguien pero estaba todo vacío, en la mesa sólo había una vela y un vaso volcado, encendí la estufa, sabiendo que de un momento a otro, se apagaría sola. Pero para mi sorpresa pude poner un poco de agua a hervir. No tenía hambre, pero necesitaba por lo menos un café. Cuando empezó a hervir, apagué inmediatamente la olla y preparé una buena taza de café. Me senté a la mesa, con el café humeante al frene, emanaba un olor delicioso, pero ya no tenía ganas de tomármelo. Vi el vaso y la vela de nuevo, jugueteé un poco con él, empujándolo con el dedo, esperado que eso llamara la atención de eso que me acompañaba, pero nada, silencio en todo momento. A punto estaba de tomarme el café cuando se movió sin previo aviso al otro extremo de la mesa. Eso ya era demasiado, fuera lo fuera debía escucharme. Así que empecé a gritar, pero por lo visto se divertía con mi reacción ya que ni se inmutó. Hastiado de que me hiciera la vida imposible, tomé la taza y la estrellé contra la pared, volqué una silla tras otra, tome el agua caliente y la arrojé hasta el otro extremo de la habitación. Estaba harto, abrí la puerta de la cocina de una patada y salí de la casa, tirando cuanto tuviera a mi alcance. Debía conseguir algún tipo de exorcista. Tal vez por eso no había nadie, habría pasado algo en la noche que asustó a todo mundo, yo al no sentir nada de lo que había pasado me habría quedado rezagado. En mi bolsillo solamente estaban las dos monedas que habían caído de mi cama. De repente recordé algo que contaba mi abuela, que cuando alguien moría debían poner dos monedas en los ojos del muerto, así podría llegar al otro lado. Bueno pues con estas dos monedas debería de llegar a algún me dije a mi mismo y emprendí la marcha.

domingo, 15 de julio de 2012

El paraguas olvidado

No soy un paraguas extraordinario, no tengo el mango de plata, ni soy de seda, tampoco mis varillas son de acero. Estoy hecho de aluminio, mi tela es de la más corriente y mi mango de plástico que trata imitar madera ni siquiera combina con el color azul oscuro de mi tela. Tal vez por eso todo mundo me ha dejado olvidado. Mi primera dueña me compró en la calle, era una ancianita despistada, caminaba tan despacio que podía observar  con tranquilidad a las personas que caminaba junto a ella, por lo regular con mucha más prisa. Un par de veces la hicieron a un lado con brusquedad, me imagino que fue sin querer. Sólo estuve con ella la tarde que me compró hasta la mañana siguiente. Con una enorme bolsa de tela colgando de su brazo y yo aferrado a la otra mano abordó un autobús. Un hombre de esos educados le cedió el asiento, cosa tonta teniendo muchos asientos vacíos y de todos modos debía recorrer el resto del lugar para bajarse. Tal vez si hubiera ocupado un asiento de esos más cercanos de la salida, no me hubiera olvidado. Preocupada por encontrar la salida me dejó tirado en el suelo. No les había contado pero soy alto, bueno, al menos comparado con las sombrillitas femeninas y otros paraguas que logre conocer en mi vida. Así que la señora arrugadita me dejó en el piso, se bajó sin mí. Estuve un par de horas viendo pasar pies y más pies frente a mí. Los habían con zapatos elegantes y lustrosos, también habían sucios y otros tan viejos que daban pena. Vi pies cubiertos y varios que podían darse un aire, bailoteando en la suela que los protegía del piso. Luego de un par de horas me aburrí, pero una mano me recogió. Era de un señor de unos cuarenta años. “¿De alguien es este paraguas?” Preguntó, pero nadie le respondió. Todos ibas muy ocupados para preocuparse de un paraguas tan corriente como yo. Me llevó a su casa, donde me dejó en un paragüero, con otro paraguas y una sombrilla menuda. Esta última era la que más salía de casa, mientras me quedaba con el otro paraguas que no hacía más que parlotear sobre los días en que salía de casa, bajo lluvias torrenciales. Un día la sombrilla menuda no regresó, pero nadie nos dio explicaciones. Siendo yo el más feo de los dos que quedaba decidieron sacarme al día siguiente. La esposa del hombre que me recogió era la que me utilizaba para protegerse del sol. Me llevó a muchos lugares, cuando no me utilizaba me llevaba casi danzando. Era una mujer muy alegre, un par de semanas estuve con ella. Un día mientras estaba por un área de la ciudad que no conocía hasta ese día, me dejó apoyado contra la mesa de una verdulera. Platicó amenamente con la señora de las verduras, una señora un poco más vieja que ella. Era una costumbre de ella, siempre parlanchina. Luego de comprar un par de cosas se alejó, dejándome de nuevo abandonado. Estaba acostumbrándome a ese trato. La verdulera ni se dio cuenta de mi presencia. Otra mujer me vio, y en son de broma dijo “¿Este paraguas también está en venta?” La mujer me vio con sorpresa, tardó un poco en contestar “No, pero si quiere se lo puedo vender” Por lo visto no pensó que mi anterior dueña hubiera regresado a buscarme. Luego de cerrar el trató, me llevaron a una casa más grande y bulliciosa que la anterior. Tal vez, porque en esta había muchos niños, tres logré contar cuando pasaron corriendo frente a su madre. Me puso en la cocina, junto con las frutas y verduras frescas que había comprado. Empezó a lavar todo, para luego cortarlas en trozos y meterlas en recipientes plásticos que metía en la refrigeradora. Se dedicó a otras tareas dejándome ahí, abandonado como siempre. Era una casa alegre, quien diría que ahí pasaría mis años más tristes. Al día siguiente muy temprano toda la familia me incluyó en su equipaje. Conté cinco niños, un perro y los padres. Me llevaron a la playa, mientras los niños jugaban con una pelota que había inflado el padre, la madre y el descansaban bajo mi sombra. El olor del mar lleno cada fibra de mi, sentía las varillas calientes bajo el inclemente sol. La arena me hacía cosquillas en el mango, pues me habían enterrado directamente en el suelo. Comiendo las frutas y verduras que había empaquetado la tarde anterior la madre. Los niños peleaban, reían, se caían, al final del día todos habían regresado llorosos a esconderse en el regazo de su madre. El perro no hacía más que correr de un lado a otro, pero siempre regresaba bajo mi sombra. Regresé oliendo a mar, ese olor salado y fresco. Me guardaron en una caja, junto a la pelota desinflada, una hielera y otros juguetes hechos para jugar con la arena. Éramos un conjunto colorido, pero en la oscuridad del desván no se podían ver bien nuestros bellos colores. Así empecé a vivir en el desván de esa ruidosa familia, ya ni sabía si era de noche o de día ahí. Para mí todo el tiempo que estaba ahí era como una noche larga, siempre que alguien entraba a buscar algo, deseaba con ansias que fuera para sacarme del encierro y llevarme de nuevo al mar. Cada vez que me sacaban del desván era como si amaneciera, esos cortos días de verano en la playa son lo único que recuerdo bien, vi crecer a los niños, dejar de jugar y a veces solo dedicarse a pasar el día con tranquilidad. Iba con olor ha guardado y humedad, y regresa reseco, oliendo a mar. Un día me llevaron como siempre, amarrado al techo, junto con todas las demás cosas. Pero creo que no me sujetaron tan bien como otras veces y ni siquiera habíamos salido de la ciudad cuando caí dando un golpe durísimo contra el suelo. Me fracturé una varilla, y quedé ahí tirado en el suelo. Nadie me recogió, todos pasaban junto a mí, una mujer me miro con fastidio diciendo algo sobre basura en la calle. Pasé esa noche en el mismo lugar, era la primera vez que sentí el frío de la noche, la humedad de la madrugada, nunca había estado tan húmedo, ni siquiera cuando estaba en el desván. Al día siguiente muy temprano unas pequeñas manos me recogieron. “Mira que paraguas más bonito” dijo mientras me levantaba. “Tiene todos los colores de azul” Su madre me miro con asco “Está descolorido, además está sucio, déjalo donde lo encontraste” Me miro con tristeza. “Pero mira, está lastimado. Necesita mi ayuda” “Otra razón para tirarlo. Rodrigo, déjalo donde estaba” “No” Dijo desafiante, y siguió caminando. Su madre, obviamente no quería discutir tan temprano, así que lo dejó llevarme. Lo acompañe a estudiar, lo acompañe mientras hacía sus planas con paciencia, lo acompañe durante muchos días, siempre me llevaba con él. Su padre bromeaba diciendo que no sabía si el me llevaba a mí, o yo a él. Era más grande que él, se las arregló para arreglarme la varilla rota con un montón de cinta adhesiva. Una tarde regresando de la escuela empezó a llover. Me abrió y lo protegí de la lluvia. Tantos años trabajando como sombrilla y al fin podía servir para lo que había sido creado. Por primera vez no me sentía olvidado. Pero a sus padres no les gustó que me llevara de un lado a otro, siempre cargándome. Así que una noche mientras dormía, me tomaron de junto a su cama, dejando un paraguas mucho más pequeño, casi del mismo color. Parecía un hijo mío. Su madre me tiró a la basura, y cerró la bolsa para que Rodrigo nunca pudiera encontrarme. Tal vez le dijeron que algo mágico pasó, que me transformé, puras mentiras. Espero algún día volver a sentirme útil, sentir la lluvia de nuevo. Mientras tanto seguiré esperando, al menos ya sé que un niño no me dejó olvidado como todos los demás. 

jueves, 5 de abril de 2012

Tierra de nadie


Tierra de nadie y tierra de todos, ahí dejan todos algo, y todos encuentran algo. Nada de lo que está dentro de ella tiene dueño, y nadie que esté dentro de ella puede ser dueño de algo. Entre en ese inhóspito lugar buscando aquello que me hacía falta para ser feliz, sin darme cuenta de que solo encontraría lo que a otras personas las hacía infelices. Justo al medio de un conflicto, dónde no sabes quien es tu aliado y quien es tu enemigo. Dónde tus amigos pueden llegar a ser tus peores enemigos. El lugar lleno de resecas brezas, fango, charcos, suciedad, sangre y muerte. Tal vez le dicen así porque en ese lugar pierdes tu identidad, dejas de ser quien eres y pasas a ser nadie, tu vida no vale nada y tampoco la de los demás. Las pertenencias de los demás, especialmente de los muertos dejan de ser suyas, inclusive las tuyas. Dejé lo que tenía que dejar en ese lugar y tome lo que debía de tomar. Dejé mi vida ahí y tomé la vida de alguien más.

lunes, 19 de diciembre de 2011

El espejo


Un pequeño haz de luz entraba por la ventana, por el pequeño resquicio que quedaba entre las dos cortinas. Pero ese poco de luz le daba directamente a Efra en la cara, abrió un poco los ojos y luego los apretó con fuerza mientras se estiraba en medio de la cama. Había un par de colchas a sus pies, una sábana sobre él, abrazaba una almohada sobre la cual también reposaba su cabeza. Le encantaba quedarse remoloneando en su cama. Dio un par de vueltas antes de por fin decidirse a levantarse, bostezó de manera escandalosa, mientras se miraba en el espejo. Hizo un par de muecas y observo su rostro marcado por la almohada. Se aliso la piel con las manos y observó de nuevo. Su rostro estaba más anguloso, más marcado cada uno de los vértices de su mandíbula. Sus pómulos no habían cambiado mucho, pero no eran los mismos de siempre. Era como que si fuera alguien más, mucho más atractivo. Pero no, seguía pareciendo él mismo, sólo que un poco diferente.

No era la primera vez que esto sucedía, es más, hacía un par de día había despertado con unas ligeras ojeras, como sus ojos se veían más hundidos, se dio cuenta de que sus párpados eran algo gruesos. Su rostro tenía un aire tristón. Ese día había pasado tristeando todo el día, bueno al menos así le habían dicho. Era como que si su rostro reflejara su personalidad de ese día, no quería decir humor porque era algo más pasajero. Era como si hubiera algo de sí mismo, refiriéndose al físico, que no conocía y que descubría al verse por la mañana en el espejo. Reflejaba un aspecto de su personalidad, o no sabía si el cambio en su personalidad era después de darse cuenta de esos pequeños detalles, que no sabía si pasaban desapercibidos o simplemente eran cambios que sucedían por la noche. Siempre hay algo de nosotros mismos que no conocemos, pero no había conocido a nadie que le sucediera con su físico. Ese día en que su rostro se veía tan triste, todo lo veía gris, el cielo lleno de nubarrones. Parecía que el universo entero conspiraba en su contra.

Recordó otro día en el que al verse en el espejo, notó lo alto que era, podría decir que estaba más alto, pero eso no era posible, como se lo recordó a un amigo que le hizo un comentario sobre su altura. Para empezar “ya hacía un par de años había cumplido la edad límite del crecimiento en los seres humanos” y no era posible crecer mucho en una noche, al menos para hacerse tan notable. No sólo se sentía más alto en su apariencia, se sentía más elevado intelectualmente, como que si fueran de la mano. Eran cambios raros, pues se sentía más seguro de si mismo en las cosas que decía, se sentía mucho más original y sobre todo mordaz. Tenía la respuesta correcta para dejar apabullados a quienes osaran contradecirlo. Era superior a todos, a todo nivel, inclusive se había superado a sí mismo.

Era acaso el espejo el que le hacía ver esas cosas, podría ser. Un espejo mágico que le mostraba detalles de sí mismo que no había visto antes. Era extraño y misterioso, conocer detalles de uno mismo, que no sabías que estaban ahí. Se puso a pensar que ni siquiera se conocía a sí mismo bien, cómo pretendía entonces conocer a los demás. Tendría que ver a una persona todos los días para poder lograr eso, y aun así habría cosas ocultas. Ocultas a propósito, y ocultas porque ni siquiera ellos las podían apreciar. Se vio de nuevo en el espejo, ese era el único que conocía cada uno de los detalles su físico, porque los reflejaba todos con fidelidad, pero acaso también conocía esos detalles de su personalidad y por eso le daba más realce a aquellos que pasaba desapercibidos conectándolos con otros detalles que no podía apreciar. Le estaba empezando a dar un pequeño dolor de cabeza. Hoy no se sentía con ganas de pensar demasiado, más bien se sentía con ganas de conquistar a alguien. Tal vez sí, su espejo le estaba diciendo que era tiempo de buscar a alguien para conocer tanto como él lo conocía. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sin título


En medio de la oscuridad observaba las sombras de la sala de su amiga, acostada en el sofá apenas si podía moverse. Sus amigas eran unas inmaduras, mira que pelearse por tantas niñerías, ni siquiera habían podido terminar de estudiar. No soportaba estar un minuto más junto a ellas, así que tomó sus cosas y se fue a la sala a dormir.  No sabía en qué momento había empezado a pensar de manera diferente, solamente lo había hecho. Tenían todas la misma edad, pero ellas seguían siendo unas niñas, ella se sentía más grande, más madura, ya toda una mujer. Se rió de sí misma al pensar eso, mira que sentirse toda una mujer y seguía siendo virgen. Alguna de sus amigas ya habían dado ese paso, pero ella seguía esperando, y aun así era más madura que ellas. ¿Qué es lo que de verdad nos hace crecer? Definitivamente ese tipo de experiencias no lo hace. Recordó de nuevo a sus amigas, muy probablemente estarían durmiendo, tal vez habían cuchicheado hasta el cansancio sobre su extraño comportamiento. Debía darles algún tipo de lección, algo para que aprendiera, un discurso tal vez. No, ya les había dado uno antes de irse a dormir a la sala.

Mientras estaba sumida en sus pensamientos escuchó unos ruidos sordos detrás de ella, parecían pasos amortiguados, con la intención de hacer el menor ruido posible. Se incorporó de pronto, y vio al tío de su amiga detrás de ella. Era injusto decirle tío, apenas tenía veintitrés años, pero para ella que tenía diecisiete lo miraba ya como un adulto hecho y derecho. Vestía con un pantalón de pijama a la rodilla, una camiseta e iba descalzo. Ella se lamentó de estar usando un pijama de color rosado, muy infantil, aunque la pequeñísima pantaloneta a juego le hubiera ayudado a no parecer tan niña, si no fuera por los cerditos estampados en ella.

- ¿Qué haces durmiendo aquí sola?
- Tuve una pelea con las chicas, y preferí dormir aquí.
- Vaya, eres valiente para quedarte aquí. Yo hubiera podido dejarte dormir en mi cuarto.
- No… - Dijo mientras se sonrojaba. – No, gracias. No creo que fuera lo más correcto.
- Bueno, yo decía. – Dijo mientras se acercaba a ella. – Al menos puedo hacerte compañía, no puedo dormir y me haría bien un poco de plática.
- Sí, eso sí podrías hacer.
- Se nota que eres diferente a mi sobrina, y todas sus amigas. Ya te ves como toda una mujer. – Dijo mientras se sentaba junto a ella. – Actúas diferente, lo noté desde hoy por la tarde.
- Gracias. – Se sonrojó un poco y vio como sus ojos centelleaban en la oscuridad.
- De nada. Aparte eres muy linda. – Levantó su mano y le alejó un mechón de cabello del rostro, lo colocó detrás de su oreja que luego acarició con el dorso de su mano.
- Gracias. – Quitando la mano del muchacho con un rápido movimiento. Sabía que eso no era correcto.
- No tengas miedo, me di cuenta de cómo me mirabas hoy por la tarde.
- Te… Te diste cuenta. – Dijo en un hilo de voz, recordó que por la tarde lo había visto con interés, pero al devolverle el la mirada la evadió con rapidez. La verdad es que lo encontraba muy guapo, había algo en sus ojos avellana que le atraían a posar los suyos sobre ellos.
- Claro que me di cuenta. ¿Sabes algo? También me gustas, eres muy linda, ya te lo dije hace un momento.
- Gra… Gracias. – Cohibida como estaba apenas si podía abrir la boca para articular las palabras. Se quedó mirando al suelo. No se atrevía a verlo, aunque la oscuridad impedía que viera lo roja que se había puesto, sentía el calor emanar de su cuerpo. De nuevo la mano del muchacho le tocó la cara, esta vez con los nudillos le levantó el rostro. Sin decir nada más le plantó un beso, aturdida no sabía si moverse o no. La mano de él se deslizó de su rostro a su cuello, y la otra fue directo a su cintura. Notaba como la acariciaba con firmeza, como poco a poco su mano tomaba su cadera y se deslizaba debajo de su blusa. Decidió responder de alguna manera y puso una mano sobre su hombro y la con la otra en su costado. Lo cual pareció alentarlo, pues la besaba con más ahínco, y sus manos seguían deslizándose acariciando diferentes partes de su cuerpo. Decidió imitarlo, lo hacía con nerviosismo y por ende con torpeza, no sabía hasta donde estaba permitido tocar, aparte de que había una pequeña voz en su cerebro que le gritaba que se detuviera.

El muchacho en un alarde de hombría exacerbada se quitó la camiseta, aunque en medio de la penumbra no podía distinguir mucho, decidió tocar su torso con apenas las yemas de sus dedos. Sabía que eso iba para más, y que el hacer eso lo había alentado a continuar, que fue exactamente lo que hizo, dándole un par de besos en el cuello, tomó sus caderas con las dos manos, para luego subirlas para deslizarle la blusa, lo cual fue demasiado para ella. Se cubrió el abdomen de nuevo, y agachó la cabeza negando suavemente.

- ¿Qué te sucede? ¿Tienes miedo?
- Negó de nuevo con la cabeza sin atreverse a levantar la mirada.
- Desde que te vi dije, esta carne ha de ser mía. – Mientras lo decía la volvió a tomar por las caderas. Volvió a verlo a los ojos y vio ese brillo malicioso, como si fuera un gato en medio de la oscuridad.
- No quiero… No quiero que mi primera vez sea así, te imaginas que bajara alguien ahora. En la sala de mi amiga, con su tío. No. No puedo.
- Bueno como quieras. – Dijo con aire ofendido. – Pensé que eras diferente, pero sólo eres una niña.

Luego de decir eso se levantó y se fue, dejándola sola de nuevo. Tenía razón, sólo era una niña, en que estaba pensando al sentirse madura. Aunque el no dejarse llevar por esos impulsos demostró un tipo de madurez diferente, no sabía si se lo decía a sí misma para consolarse o era cierto lo que pensaba. Observó la camiseta que estaba junto a ella, la tomó y regresó a la habitación de su amiga, en silencio guardó la camiseta dentro de su mochila y se acostó en dónde pudo. Decidió no contarle nunca a nadie lo que había pasado.