Un pequeño haz de luz entraba
por la ventana, por el pequeño resquicio que quedaba entre las dos cortinas. Pero
ese poco de luz le daba directamente a Efra en la cara, abrió un poco los ojos
y luego los apretó con fuerza mientras se estiraba en medio de la cama. Había
un par de colchas a sus pies, una sábana sobre él, abrazaba una almohada sobre
la cual también reposaba su cabeza. Le encantaba quedarse remoloneando en su
cama. Dio un par de vueltas antes de por fin decidirse a levantarse, bostezó de
manera escandalosa, mientras se miraba en el espejo. Hizo un par de muecas y
observo su rostro marcado por la almohada. Se aliso la piel con las manos y
observó de nuevo. Su rostro estaba más anguloso, más marcado cada uno de los
vértices de su mandíbula. Sus pómulos no habían cambiado mucho, pero no eran
los mismos de siempre. Era como que si fuera alguien más, mucho más atractivo.
Pero no, seguía pareciendo él mismo, sólo que un poco diferente.
No era la primera vez que esto
sucedía, es más, hacía un par de día había despertado con unas ligeras ojeras, como
sus ojos se veían más hundidos, se dio cuenta de que sus párpados eran algo
gruesos. Su rostro tenía un aire tristón. Ese día había pasado tristeando todo
el día, bueno al menos así le habían dicho. Era como que si su rostro reflejara
su personalidad de ese día, no quería decir humor porque era algo más pasajero.
Era como si hubiera algo de sí mismo, refiriéndose al físico, que no conocía y
que descubría al verse por la mañana en el espejo. Reflejaba un aspecto de su
personalidad, o no sabía si el cambio en su personalidad era después de darse
cuenta de esos pequeños detalles, que no sabía si pasaban desapercibidos o
simplemente eran cambios que sucedían por la noche. Siempre hay algo de
nosotros mismos que no conocemos, pero no había conocido a nadie que le
sucediera con su físico. Ese día en que su rostro se veía tan triste, todo lo
veía gris, el cielo lleno de nubarrones. Parecía que el universo entero
conspiraba en su contra.
Recordó otro día en el que al
verse en el espejo, notó lo alto que era, podría decir que estaba más alto,
pero eso no era posible, como se lo recordó a un amigo que le hizo un
comentario sobre su altura. Para empezar “ya hacía un par de años había
cumplido la edad límite del crecimiento en los seres humanos” y no era posible
crecer mucho en una noche, al menos para hacerse tan notable. No sólo se sentía
más alto en su apariencia, se sentía más elevado intelectualmente, como que si
fueran de la mano. Eran cambios raros, pues se sentía más seguro de si mismo en
las cosas que decía, se sentía mucho más original y sobre todo mordaz. Tenía la
respuesta correcta para dejar apabullados a quienes osaran contradecirlo. Era
superior a todos, a todo nivel, inclusive se había superado a sí mismo.
Era acaso el espejo el que le
hacía ver esas cosas, podría ser. Un espejo mágico que le mostraba detalles de
sí mismo que no había visto antes. Era extraño y misterioso, conocer detalles
de uno mismo, que no sabías que estaban ahí. Se puso a pensar que ni siquiera
se conocía a sí mismo bien, cómo pretendía entonces conocer a los demás.
Tendría que ver a una persona todos los días para poder lograr eso, y aun así habría
cosas ocultas. Ocultas a propósito, y ocultas porque ni siquiera ellos las
podían apreciar. Se vio de nuevo en el espejo, ese era el único que conocía
cada uno de los detalles su físico, porque los reflejaba todos con fidelidad,
pero acaso también conocía esos detalles de su personalidad y por eso le daba
más realce a aquellos que pasaba desapercibidos conectándolos con otros
detalles que no podía apreciar. Le estaba empezando a dar un pequeño dolor de
cabeza. Hoy no se sentía con ganas de pensar demasiado, más bien se sentía con
ganas de conquistar a alguien. Tal vez sí, su espejo le estaba diciendo que era
tiempo de buscar a alguien para conocer tanto como él lo conocía.