lunes, 19 de diciembre de 2011

El espejo


Un pequeño haz de luz entraba por la ventana, por el pequeño resquicio que quedaba entre las dos cortinas. Pero ese poco de luz le daba directamente a Efra en la cara, abrió un poco los ojos y luego los apretó con fuerza mientras se estiraba en medio de la cama. Había un par de colchas a sus pies, una sábana sobre él, abrazaba una almohada sobre la cual también reposaba su cabeza. Le encantaba quedarse remoloneando en su cama. Dio un par de vueltas antes de por fin decidirse a levantarse, bostezó de manera escandalosa, mientras se miraba en el espejo. Hizo un par de muecas y observo su rostro marcado por la almohada. Se aliso la piel con las manos y observó de nuevo. Su rostro estaba más anguloso, más marcado cada uno de los vértices de su mandíbula. Sus pómulos no habían cambiado mucho, pero no eran los mismos de siempre. Era como que si fuera alguien más, mucho más atractivo. Pero no, seguía pareciendo él mismo, sólo que un poco diferente.

No era la primera vez que esto sucedía, es más, hacía un par de día había despertado con unas ligeras ojeras, como sus ojos se veían más hundidos, se dio cuenta de que sus párpados eran algo gruesos. Su rostro tenía un aire tristón. Ese día había pasado tristeando todo el día, bueno al menos así le habían dicho. Era como que si su rostro reflejara su personalidad de ese día, no quería decir humor porque era algo más pasajero. Era como si hubiera algo de sí mismo, refiriéndose al físico, que no conocía y que descubría al verse por la mañana en el espejo. Reflejaba un aspecto de su personalidad, o no sabía si el cambio en su personalidad era después de darse cuenta de esos pequeños detalles, que no sabía si pasaban desapercibidos o simplemente eran cambios que sucedían por la noche. Siempre hay algo de nosotros mismos que no conocemos, pero no había conocido a nadie que le sucediera con su físico. Ese día en que su rostro se veía tan triste, todo lo veía gris, el cielo lleno de nubarrones. Parecía que el universo entero conspiraba en su contra.

Recordó otro día en el que al verse en el espejo, notó lo alto que era, podría decir que estaba más alto, pero eso no era posible, como se lo recordó a un amigo que le hizo un comentario sobre su altura. Para empezar “ya hacía un par de años había cumplido la edad límite del crecimiento en los seres humanos” y no era posible crecer mucho en una noche, al menos para hacerse tan notable. No sólo se sentía más alto en su apariencia, se sentía más elevado intelectualmente, como que si fueran de la mano. Eran cambios raros, pues se sentía más seguro de si mismo en las cosas que decía, se sentía mucho más original y sobre todo mordaz. Tenía la respuesta correcta para dejar apabullados a quienes osaran contradecirlo. Era superior a todos, a todo nivel, inclusive se había superado a sí mismo.

Era acaso el espejo el que le hacía ver esas cosas, podría ser. Un espejo mágico que le mostraba detalles de sí mismo que no había visto antes. Era extraño y misterioso, conocer detalles de uno mismo, que no sabías que estaban ahí. Se puso a pensar que ni siquiera se conocía a sí mismo bien, cómo pretendía entonces conocer a los demás. Tendría que ver a una persona todos los días para poder lograr eso, y aun así habría cosas ocultas. Ocultas a propósito, y ocultas porque ni siquiera ellos las podían apreciar. Se vio de nuevo en el espejo, ese era el único que conocía cada uno de los detalles su físico, porque los reflejaba todos con fidelidad, pero acaso también conocía esos detalles de su personalidad y por eso le daba más realce a aquellos que pasaba desapercibidos conectándolos con otros detalles que no podía apreciar. Le estaba empezando a dar un pequeño dolor de cabeza. Hoy no se sentía con ganas de pensar demasiado, más bien se sentía con ganas de conquistar a alguien. Tal vez sí, su espejo le estaba diciendo que era tiempo de buscar a alguien para conocer tanto como él lo conocía. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sin título


En medio de la oscuridad observaba las sombras de la sala de su amiga, acostada en el sofá apenas si podía moverse. Sus amigas eran unas inmaduras, mira que pelearse por tantas niñerías, ni siquiera habían podido terminar de estudiar. No soportaba estar un minuto más junto a ellas, así que tomó sus cosas y se fue a la sala a dormir.  No sabía en qué momento había empezado a pensar de manera diferente, solamente lo había hecho. Tenían todas la misma edad, pero ellas seguían siendo unas niñas, ella se sentía más grande, más madura, ya toda una mujer. Se rió de sí misma al pensar eso, mira que sentirse toda una mujer y seguía siendo virgen. Alguna de sus amigas ya habían dado ese paso, pero ella seguía esperando, y aun así era más madura que ellas. ¿Qué es lo que de verdad nos hace crecer? Definitivamente ese tipo de experiencias no lo hace. Recordó de nuevo a sus amigas, muy probablemente estarían durmiendo, tal vez habían cuchicheado hasta el cansancio sobre su extraño comportamiento. Debía darles algún tipo de lección, algo para que aprendiera, un discurso tal vez. No, ya les había dado uno antes de irse a dormir a la sala.

Mientras estaba sumida en sus pensamientos escuchó unos ruidos sordos detrás de ella, parecían pasos amortiguados, con la intención de hacer el menor ruido posible. Se incorporó de pronto, y vio al tío de su amiga detrás de ella. Era injusto decirle tío, apenas tenía veintitrés años, pero para ella que tenía diecisiete lo miraba ya como un adulto hecho y derecho. Vestía con un pantalón de pijama a la rodilla, una camiseta e iba descalzo. Ella se lamentó de estar usando un pijama de color rosado, muy infantil, aunque la pequeñísima pantaloneta a juego le hubiera ayudado a no parecer tan niña, si no fuera por los cerditos estampados en ella.

- ¿Qué haces durmiendo aquí sola?
- Tuve una pelea con las chicas, y preferí dormir aquí.
- Vaya, eres valiente para quedarte aquí. Yo hubiera podido dejarte dormir en mi cuarto.
- No… - Dijo mientras se sonrojaba. – No, gracias. No creo que fuera lo más correcto.
- Bueno, yo decía. – Dijo mientras se acercaba a ella. – Al menos puedo hacerte compañía, no puedo dormir y me haría bien un poco de plática.
- Sí, eso sí podrías hacer.
- Se nota que eres diferente a mi sobrina, y todas sus amigas. Ya te ves como toda una mujer. – Dijo mientras se sentaba junto a ella. – Actúas diferente, lo noté desde hoy por la tarde.
- Gracias. – Se sonrojó un poco y vio como sus ojos centelleaban en la oscuridad.
- De nada. Aparte eres muy linda. – Levantó su mano y le alejó un mechón de cabello del rostro, lo colocó detrás de su oreja que luego acarició con el dorso de su mano.
- Gracias. – Quitando la mano del muchacho con un rápido movimiento. Sabía que eso no era correcto.
- No tengas miedo, me di cuenta de cómo me mirabas hoy por la tarde.
- Te… Te diste cuenta. – Dijo en un hilo de voz, recordó que por la tarde lo había visto con interés, pero al devolverle el la mirada la evadió con rapidez. La verdad es que lo encontraba muy guapo, había algo en sus ojos avellana que le atraían a posar los suyos sobre ellos.
- Claro que me di cuenta. ¿Sabes algo? También me gustas, eres muy linda, ya te lo dije hace un momento.
- Gra… Gracias. – Cohibida como estaba apenas si podía abrir la boca para articular las palabras. Se quedó mirando al suelo. No se atrevía a verlo, aunque la oscuridad impedía que viera lo roja que se había puesto, sentía el calor emanar de su cuerpo. De nuevo la mano del muchacho le tocó la cara, esta vez con los nudillos le levantó el rostro. Sin decir nada más le plantó un beso, aturdida no sabía si moverse o no. La mano de él se deslizó de su rostro a su cuello, y la otra fue directo a su cintura. Notaba como la acariciaba con firmeza, como poco a poco su mano tomaba su cadera y se deslizaba debajo de su blusa. Decidió responder de alguna manera y puso una mano sobre su hombro y la con la otra en su costado. Lo cual pareció alentarlo, pues la besaba con más ahínco, y sus manos seguían deslizándose acariciando diferentes partes de su cuerpo. Decidió imitarlo, lo hacía con nerviosismo y por ende con torpeza, no sabía hasta donde estaba permitido tocar, aparte de que había una pequeña voz en su cerebro que le gritaba que se detuviera.

El muchacho en un alarde de hombría exacerbada se quitó la camiseta, aunque en medio de la penumbra no podía distinguir mucho, decidió tocar su torso con apenas las yemas de sus dedos. Sabía que eso iba para más, y que el hacer eso lo había alentado a continuar, que fue exactamente lo que hizo, dándole un par de besos en el cuello, tomó sus caderas con las dos manos, para luego subirlas para deslizarle la blusa, lo cual fue demasiado para ella. Se cubrió el abdomen de nuevo, y agachó la cabeza negando suavemente.

- ¿Qué te sucede? ¿Tienes miedo?
- Negó de nuevo con la cabeza sin atreverse a levantar la mirada.
- Desde que te vi dije, esta carne ha de ser mía. – Mientras lo decía la volvió a tomar por las caderas. Volvió a verlo a los ojos y vio ese brillo malicioso, como si fuera un gato en medio de la oscuridad.
- No quiero… No quiero que mi primera vez sea así, te imaginas que bajara alguien ahora. En la sala de mi amiga, con su tío. No. No puedo.
- Bueno como quieras. – Dijo con aire ofendido. – Pensé que eras diferente, pero sólo eres una niña.

Luego de decir eso se levantó y se fue, dejándola sola de nuevo. Tenía razón, sólo era una niña, en que estaba pensando al sentirse madura. Aunque el no dejarse llevar por esos impulsos demostró un tipo de madurez diferente, no sabía si se lo decía a sí misma para consolarse o era cierto lo que pensaba. Observó la camiseta que estaba junto a ella, la tomó y regresó a la habitación de su amiga, en silencio guardó la camiseta dentro de su mochila y se acostó en dónde pudo. Decidió no contarle nunca a nadie lo que había pasado.