¿Por qué negarlo? Se sentía
incomoda, no estaba acostumbrada a esas cosas. Bueno tal vez sí pero a
observarlas desde fuera, no a ser parte de ellas. En la pequeña aldea de la que
había salido en busca de trabajo de sirvienta, no usaban tenedores, las
tortillas que preparaba con sus hermanas eran suficientes para llevarse la
comida a la boca. Tenía 13 años cuando había dejado su casa, una amiga de la
familia la había recomendado con “los señores”. Desde el primer día habían
visto con desprecio sus pies descalzos y su único traje que había tejido junto
con su madre. Arrugando la nariz le ordenaron darse un baño. Le indicaron dónde
estaba su cuarto, en el que había una diminuta cama y un pequeño sanitario con
ducha y nada más. Temerosa observó la ducha, la asoció con el único grifo que
había en la aldea, que a veces servía y a veces no. Dejó su traje en el piso y
se metió bajo la corriente de agua fría, eso no le importaba, el agua del río
en el que se bañaba era mucho más fresca. La puerta se abrió y escuchó los
tacones de “la señora”, entró al baño diciéndole que le había dejado ropa
limpia en la cama, levantó el traje del suelo y se lo llevó. Había una falda y
una blusa que le sentaban mal, y unos zapatos de plástico que lastimaban sus
pies. Se los puso de todos modos, y salió para presentarse de nuevo con “los
señores”, con una sonrisa la observaron, “la señora” le dijo que había tirado
su traje a la basura porque estaba demasiado sucio. Apretó los dientes y
asintió, esa mujer no sabía lo que habías costado para su familia comprar las
telas, comprar los hilos, los días que había pasado tejiendo con su madre. No
sabía la alegría que había sentido el primer día que se lo puso, el cariño con
el que lo usaba. Esa noche lloró cuando la dejaron sola, eran lágrimas de odio,
de resentimiento, de tristeza. Luego de un rato salió en busca de eso que le
habían quitado, porque le habían quitado más que sólo su traje, le habían
quitado algo de ella misma. Lo encontró lleno de cáscaras de fruta y otras
cosas, lo limpió lo más que pudo y lo escondió debajo del colchón de su cama,
dónde seguía hasta el día de hoy. Cuando se sentía demasiado sola lo sacaba y
lo observaba, pasando sus dedos por los hilos de colores. Sus días eran grises,
llenos de soledad y aislamiento, debía limpiar la enorme casa de arriba a
abajo, ayudar en la cocina a “la señora” en lo que le solicitara, eso sí ella
sólo comía las sobras de días anteriores, en la cocina, tenía su propio plato y
cubiertos, que no debía mezclarse con los del resto de la familia, so pena de
recibir un regaño a gritos de la señora. Así que por eso se le hacía raro
compartir con esta familia en su mesa, usando los cubiertos que todos los demás
usaban, con comida fresca y recién preparada. Era la primera vez que comía con
la familia de su novio, se había puesto su mejor ropa y trataba de recordar
todos aquellos “modales” que le habían enseñado. Al menos sí se habían
preocupado por educarla a su manera, la habían inscrito en una escuela a la que
asistía los fines de semana dónde había aprendido a leer y escribir. Cómo la
mayor parte de lo que ganaba lo mandaba a su familia, con lo que sus hermanos
más pequeños pudieron asistir a la escuela, decidió hacer lo mismo, y seguir
estudiando. Hacía poco había terminado los básicos, asistía a las clases por la
noche, eso sí, después de dejar la casa impecable. Ahí había conocido a su
novio, él le había impartido varias clases, justo el último día de clases la
invitó a salir diciendo que ya no era oficialmente su maestro. Ella se sonrojó
y le dijo que sí, sólo quedaba pedirles permiso a “los señores”, él se encogió
de hombros, pero ella frunció el ceño diciéndole que si pedía permiso para
estudiar era una cosa, que para salir a esas cosas era diferente, que se lo
debía ganar y ella asintió. Así que para poder darse ese pequeño lujo debió podar
el jardín, encerar el piso, lavar el automóvil de la hija de la cual heredaba
toda la ropa, lavar el de la familia, limpiar todas las ventanas y pulir la
cubertería. Al final tenía los dedos enrojecidos y le ardía cada célula de su
piel, pero tenía en el rostro una sonrisa. La cual no se borró en toda esa
tarde, ni en otras tardes que pasaron juntos. Sería inútil enumerar lo que
debía hacer para ganarse esos momentos de felicidad. Finalmente la invitó a
comer en su casa, como su novia oficial, y ahí estaba, sentada, comiendo,
hablando sólo para contestar las preguntas que le hacían. Ya al final de la
cena le preguntaron de dónde era, luego de eso la madre se mostró especialmente
interesada.
-¿Hace cuánto que no visitas
tu aldea? -Preguntó
-Hace varios años. A la señora
no le gusta. Dice que pierdo muchos días. Como debo tomar un bus, luego tomar
otro. Después caminar por varias horas antes de poder llegar. Así que no me dan
permiso. Sólo he regresado una vez.
-Qué mujer esa. -Dijo con
desprecio -Bueno como todos han terminado me llevaré los platos.
-Déjeme ayudarle señora.
-No me digas así, ni que fuera
la arpía para la que trabajas. Mi nombre es Esmeralda.
-Ella asintió llevándose
varios platos.
-Sabes, esa es una de las
razones por la que le gustas a mi hijo, siempre estás dispuesta a ayudar a los
demás.
-Ella asintió de nuevo,
mientras colocaban los platos en el fregadero.
-Vamos no seas modesta, bueno
más bien no de esa manera. -Respiró profundo. -Dime ¿qué opinas de tus
patrones?
- Pues…
pues… que son malos, pero ellos creen que son buenos. Ni siquiera se saben mi
nombre, sólo me dicen “La María”. Sólo me dan lo que sobra, no me respetan, no…
-Las lágrimas no la dejaron seguir, Esmeralda se abalanzó sobre ella y la
abrazó.
-Tranquila Clara, tranquila.
-Mientras acariciaba su cabello, y miraba en esos ojos llenos de tristeza. -Sabes
yo también fui “La María” de otras personas muy parecidas a esos con los que tu
trabajas. Conozco tu aldea, la mía está, bueno… estaba cerca de la tuya, pero
un día la incendiaron, yo pude huir, no sé cómo, con mi madre. Ella consiguió
trabajo, pero yo debía ayudarla, me trataban como un animal, casi era la
mascota de la familia. Pero crecí y ya no les agradó tenerme ahí, así que
prácticamente me regalaron con unos amigos de ellos, tan despreciables como
ellos. Pero estudié, salí de ahí, y
conseguí un mejor trabajo. Dime, a ti que te gustaría ser.
-Pues… he pensado… en ser
enfermera, pero… para eso no me darían permiso.
-Veremos qué podemos hacer,
ahora lávate la cara y ayúdame con el postre, que debemos endulzarle la vida a
nuestros chicos, como ellos nos han endulzado la nuestra.