domingo, 29 de mayo de 2011

Utopía

1.
Luego de caminar un par de cuadras bajo el inclemente sol se cobijó bajo un balcón, debajo del cual se refugiaban muchas más personas buscando un poco de sombra. Podía escuchar la conversación de las chicas que se encontraban a su lado.
– Ya viste los deltoides de esa chica. – Dijo una de ellas en un susurro.
– Si, nunca me ha agradado la gente que los tiene de esa forma. – Contestó la otra en un suspiro.
– A mí tampoco, que bueno que nosotras no los tenemos así.
– Claro, aparte mira su labio, horrible, sinceramente horrible, yo ya me lo hubiera operado para que al menos pareciera de otra raza.
Se alejó de ahí, no quería seguir oyendo. Pero si todos somos iguales pensaba. ¿Cómo es la gente capaz de hacer diferencias y discriminar a los demás? Miró sus manos, eran exactamente iguales que las de cualquier persona alrededor suyo, sus brazos igual. Somos lo mismo debajo y esta gente no se da cuenta. Entró a un pequeño café, no veía diferencias entre toda la gente que estaba ahí dentro más que la ropa que llevaban puesta. Pero sin eso todos serían iguales, exactamente iguales, sutiles diferencias nos permitiría diferenciarlos uno del otro, pero eran exactamente lo mismo en esencia. ¿Cuál era el problema con esas chicas?

2.
Esa tarde estaba terminando de tomar una última taza de café. Ojeaba varios álbumes de fotos que habían pertenecido a su padre. Al fin y al cabo esa tarde no tenía nada mejor que hacer. Sonreía al ver a su padre con sus amigos, con sus padres, con su propia madre. Siempre que los miraba decidía armar uno con su familia, pero nunca lo hacía. Siguió ojeándolos, uno tras otro, sacándolos todos de la misma caja. Encontró uno viejísimo, la mayoría de las fotos era de su abuelo. En casi todas aparecía como un niño, en las últimas aparecía de adolescente. La ropa que se ponían en esa época era ridícula, quién en su sano juicio usaría unos pantalones así, tan pegados a la piel. Algo de una de las últimas fotos le inquietó. Había una chica, cuya piel era más oscura que la de los demás. Pero eso no era posible, qué clase de fenómeno era ella. Algún remanente de algún accidente nuclear tal vez. Pero nunca había visto algo así, no se podía ver nada a través de su piel, absolutamente nada. Su abuelo seguía vivo, tal vez pudiera responderle las múltiples preguntas que surgían en su mente. Recordó a las chicas de la mañana, como hubieran sido ellas con esa otra chica. Esa si era una diferencia marcable, de repente se imaginó un mundo con gente con piel de mil colores. La mente le daba vueltas.

3.
Tocó con delicadeza la puerta, su abuelo estaba adormitado en un sillón. Dio un pequeño respingo, y se acomodó los lentes con esa paciencia que solo los ancianos tienen. Le preguntó directamente
– ¿A qué vienes? Dudo que sea una simple visita, pues no traes a los niños.
– Es un poco más que una simple visita. Pero no es nada importante. Solo es una duda. ¿Quién es esta chica? – Dijo al tiempo que sacaba la ajada fotografía de uno de sus bolsillos, y le extendía la mano a su abuelo.
- Amelia. Ya me había olvidado de ella, era una amiga de tu abuela. Ella era tu abuela. – Agregó señalando a la chica junta a Amelia. – La mataron dos años después de que tomaron esa foto. Todo por rehusarse a convertirse.
– ¿La mataron? ¿No quiso convertirse? ¿En que rehusó convertirse?
– Acaso no ves. Rehusó convertirse en una de nosotros. Era una rebelde. Seguía pensando que el color de su piel era un orgullo. Loca que estaba, aunque muy linda por cierto, mirala. – Devolviéndole la foto.
– Entonces ella era así, su piel era así. Porque ella así lo quiso
– Exacto.
– No era un accidente, algo raro.
– Rara si era, pero… no podrás entender hasta que te cuente la historia completa.
– Cuéntamela
– No puedo, no podría hacerlo. Por lo menos no el día de hoy, tendría que haber alguien más aquí. Te llamaré cuando pueda venir, si es que puede y sigue viva.
– Esperaré tu llamada.
– Espera, déjame la foto, puede que me sirva.
– Le dio un último vistazo a Amelia y se la entregó.

4.
Había recibido la llamada dos días después, debía llegar el sábado. El día sábado, media hora antes de lo acordado, se encontraba de nuevo en la misma habitación. Había una mujer mucho más arrugada que su propio abuelo. Luego de saludar empezó la conversación.
– Ella es mi prima Laura. Ella trabajaba en el laboratorio de conversión. Ella te contará toda la historia desde el punto de vista científico.
– ¿Laboratorio de conversión? ¿Qué tanto debo saber para entender eso?
– Siempre preguntando, igual que tú.
– De alguien lo tenía que sacar.
– En fin. Todo empezó con el experimento de uno de tantos genetistas de los tiempos de mi padre. Logró modificar el gen que codificaba por la queratina en un ratón. Cómo resultado esta proteína era transparente. A diferencia de la existente en las células de todos los vertebrados de esa época. Como usaban ratones blancos en esos experimentos, que no contenían melanina, un pigmento presente en la piel de la mayoría de los seres existentes, pudieron darse cuenta de la anormalidad. Así que como resultado tenían un ratón con una piel muy parecida a la nuestra. Aunque no lo protegía de los rayos del sol, hizo falta muchos más experimentos para producir una proteína con propiedades protectoras y que también fuera transparente. Todo el mundo estaba pendiente de esos experimentos. Había muchos crímenes de odio referentes al color de la piel. Había gente discriminada por su raza. La gente quería que fuéramos todos iguales. Soñaban con la igualdad, decían el color separa, sin color seremos de verdad iguales. Ahora debían realizar modificaciones en seres vivos, y que fueran transmisibles a su descendencia. Eso era algo más fácil, bueno en esa época no lo era tanto, pero estaban bastante adelantados en ese campo. Luego de la primera camada de ratones sin piel ni cabellos visibles decidieron empezar con los humanos. El primero en realizarlo fue el científico que descubrió la primera proteína. Luego de eso también hubo grupos en contra, sobre todo grupos religiosos, pero esos siempre están en contra de todo. Algunos otros se negaba a renunciar a sus raíces culturales impresas en su piel. Pero la razón terminó ganándoles a todos. Al principio era muy difícil, el costo del proceso era muy elevado. Así que solo la gente con mucho dinero podía pagarse una conversión. Muy pronto fue visto como una condición de estatus alto. Fueron años de caos, hubo también crímenes contra esas personas. Al final con el desarrollo de la tecnología lograron abaratarlo un poco, pero se creó un fondo para que fuera accesible para todas las personas. Para ese momento ya había nacido el primer “niño converso” como lo llamaron en la prensa. Al final cuando yo trabajaba en el laboratorio de conversión, todo mundo podía acceder a una conversión a un precio muy bajo. Solamente quedaban los raros, los que querían seguir siendo distinguidos por el color de su piel.
– Amelia era una de ellas. – Dijo su abuelo. –El ser converso tenía sus ventajas, eras parte de la nueva masa, eras aceptado en todos lados. Aunque el dormir al principio era un dolor de cabeza. Aparte habíamos perdido el color del cabello, así que era extraño ver a todo mundo como si fueran calvos. Si tenías una herida era difícil al principio tratarlas, ahora esto les ha vuelto la vida más simple a los médicos. Llego el punto en el que fueron eliminados todos los que no habían sido conversos. Y todos éramos iguales. Decidieron ocultar el origen de esta nueva característica de la raza humana, pues pudo haber existido un nuevo loco, que nos pudiera regresar a nuestro estado anterior.
– Recuerdo haber leído las palabras de ese científico, nunca logré recordar su nombre. Pero él decía antes de completar su conversión. “Yo sueño con un mundo, en el que todos seamos iguales, que no haya diferencia por nuestro color de piel, simplemente seamos una única raza. Esa es mi utopía”.

miércoles, 18 de mayo de 2011

nonsense

Así eran todos los días, en medio del verdor y el estertor de la mañana. Respirando jadeante se levantaba y con esfuerzo se levantaba. El día se le iba entre hormigas disfrazadas y danzantes. Ironías de la vida, estas no era trabajadoras, pasaban todo el día junto a él, bebiendo café y fumando sin cesar. A cambio el tampoco trabajaba, no hacía nada más que estar con ellas en las fístulas del campo. Astraído como estaba todo el tiempo, no se daba cuenta del constante cambio en los trajes de las hormigas. Un día podrían estar una de fraile y una de moja, las demás de feligreses contritos. Un único día se mostraron disfrazadas de frutas, de un bocado se comió una uva, pero al sentir el sabor a tinta la escupió y rió la idiotez de las hormigas. Al siguiente día llegaron vestidas de flores en un exótico ramillete, las olió y deshojó una, al sentir el olor a brea, bajó la cabeza y dijo, ustedes nunca aprenden. Ocasión feliz fue cuando se cubrieron con hojas y se disfrazaron de seres invisibles, observaba las tazas vaciarse y el humo salir de la nada. Una madrugada se disfrazó de gotas de rocío y refrescó su cuerpo. Un día se disfrazaron de palabras y pudieron entablar una conversación, luego de entablarla, la serraron, la clavaron, barnizaron y construyeron una silla para conversar. La silla quedó ahí, y a partir de ese día él se sentaba en ella, ah y gritaba, ahí hay, hay ahí, contestaba. Las hormigas lo observaban con tranquilidad y danzaban alrededor de la silla, una detrás de otra y la otra delante de ella, movían los pies y chaqueaban sus mandíbulas, creando música de la danza y para la danza. Siempre en disfraces y caretas, cada día diferentes. Parecía que su único trabajo por la noche era crear el atuendo del día siguiente, y el día siguiente siempre se los probaba para darles el visto bueno. Así se iban los días, un día llegaban todas las hormigas con un tema en común, otro día totalmente disparejas, era un pez una, una raqueta la otra, una rueda una, una obra completa de José Saramago la otra, era un plato de gachas una, la otra un gacho clavo, una era un martes, un cubo de sal la otra, una era un átomo de Paladio, un espejo redondo era la otra, una era la otra y la otra era la una con el sol inclemente de esa hora. Pero un día lo acarició, lo tocó, lo vio, lo encontró. Era lo que estaba esperando, era por lo que soportaba las danzas de las hormigas, era por lo que estaba en ese agujero del bosque, era por lo que estaba inmóvil. Se había encontrado con sí mismo, y era tan parecido a él que lo asustaba. Pero debía aprender a vivir con él, y él consigo mismo. Pasaron la tarde juntos, conociéndose, pues como diría el oráculo de Delfos, conócete a ti mismo. Fue un día de mucho aprendizaje, pero al día siguiente regreso a las danzas y los disfraces de las hormigas, cómo si nada hubiera pasado.

sábado, 14 de mayo de 2011

Las hadas no existen

Una taza de té nada más, que la vida no estaba para esos tiempos de ocio. Un par de sorbos sentado a la par de la ventana abierta, y la colocó en el alfeizar. Le gusta el té así, suelto, sin bolsa y esas cosas para gente perezosa. Tomaba una pequeña cantidad y lo preparaba a su gusto, el toque justo de hojas secas y fermentadas. Aparte le encantaba leer su futuro en esas hojas, no es que creyera en ello, simplemente le entretenía. Eso lo convertía en supersticioso, tal vez, pero no le importaba. Siempre había pensado que existía un poco de magia en el mundo. Tal vez simplemente era que no la podemos apreciar, que nuestros ojos no nos permiten verla actuando. Se sentía como un chiquillo cada vez que pensaba en esas cosas. Aparte le daba un poco de miedo, pues como todas las cosas tiene su lado bueno y su lado malo. Tomó otro par de sorbos, y observó el árbol que tenía justo al frente. Tal vez justo en ese momento había seres mágicos interactuando entre ellos bajo la sombra de ese árbol, y sus velados ojos de humano no le permitían apreciarlos. Volvió a pensar en la posibilidad de que existirá maldad en ellos, que cosas no podrían hacer, hasta que punto tenían permitido interferir en nuestras vidas. Si nosotros no podemos verlos, es una regla que debemos respetar y que en nuestra naturaleza está el cumplirla eternamente. Entonces que reglas lo regirían a ellos, no tocarnos, no interactuar, no dejarse ver, no interferir. La taza iba por debajo de la mitad, dio un par de sorbos más, estaba ya tibia, en la temperatura justa. Sería posible llamarlos, atraerlos, que rituales o palabras serían necesarias. Abrió la boca y exclamó. A cualquier ser mágico que esté alrededor mío lo convoco junto a mí. Se sintió idiota nada más terminar de decirlo. Fue como decir algo indebido, romper las reglas, pero no las que implicaban a esos seres, más bien reglas sociales. ¿Qué adulto en su sano juicio diría algo así? Definitivamente un loco, pero él no estaba loco, sabía que eso que decía era imposible, aún así esperaba con ansias. Luego de un minuto dio por no oída su llamada, lo cual no le extrañaba. Iba a tomar la taza para terminar el té, cuando oyó un aleteo. Bueno no era un aleteo, era más suave, más delicado, una mancha café pasó frente a él. Un hada. Dijo en un suspiro, y la siguió con la mirada. La mancha llegó a la pared y se detuvo. Vio que no era nada más que una vulgar cucaracha. Tomó un zapato que tenía junto a la cama y con un ágil movimiento la mató. Se sentó de nuevo y dijo. En que estaba pensando, las hadas no existen. Oyó un pequeño grito ahogado. Miró hacia la calle pero no vio nada, con nerviosismo, como quién hubiera cometido un pecado, miró su reloj. Ya era tarde, debía salir inmediatamente, de un solo trago vació la taza. Vio el fondo y dejó caer la taza que se partió en mil pedazos. Las húmedas hojas de té habían tomado la forma de un cuerpo humano, delgado, con un par de alas en su espalda. Ahora solamente estaban los trozos blancos de la porcelana, cubiertos con las húmedas hojas amorfas.