sábado, 14 de mayo de 2011

Las hadas no existen

Una taza de té nada más, que la vida no estaba para esos tiempos de ocio. Un par de sorbos sentado a la par de la ventana abierta, y la colocó en el alfeizar. Le gusta el té así, suelto, sin bolsa y esas cosas para gente perezosa. Tomaba una pequeña cantidad y lo preparaba a su gusto, el toque justo de hojas secas y fermentadas. Aparte le encantaba leer su futuro en esas hojas, no es que creyera en ello, simplemente le entretenía. Eso lo convertía en supersticioso, tal vez, pero no le importaba. Siempre había pensado que existía un poco de magia en el mundo. Tal vez simplemente era que no la podemos apreciar, que nuestros ojos no nos permiten verla actuando. Se sentía como un chiquillo cada vez que pensaba en esas cosas. Aparte le daba un poco de miedo, pues como todas las cosas tiene su lado bueno y su lado malo. Tomó otro par de sorbos, y observó el árbol que tenía justo al frente. Tal vez justo en ese momento había seres mágicos interactuando entre ellos bajo la sombra de ese árbol, y sus velados ojos de humano no le permitían apreciarlos. Volvió a pensar en la posibilidad de que existirá maldad en ellos, que cosas no podrían hacer, hasta que punto tenían permitido interferir en nuestras vidas. Si nosotros no podemos verlos, es una regla que debemos respetar y que en nuestra naturaleza está el cumplirla eternamente. Entonces que reglas lo regirían a ellos, no tocarnos, no interactuar, no dejarse ver, no interferir. La taza iba por debajo de la mitad, dio un par de sorbos más, estaba ya tibia, en la temperatura justa. Sería posible llamarlos, atraerlos, que rituales o palabras serían necesarias. Abrió la boca y exclamó. A cualquier ser mágico que esté alrededor mío lo convoco junto a mí. Se sintió idiota nada más terminar de decirlo. Fue como decir algo indebido, romper las reglas, pero no las que implicaban a esos seres, más bien reglas sociales. ¿Qué adulto en su sano juicio diría algo así? Definitivamente un loco, pero él no estaba loco, sabía que eso que decía era imposible, aún así esperaba con ansias. Luego de un minuto dio por no oída su llamada, lo cual no le extrañaba. Iba a tomar la taza para terminar el té, cuando oyó un aleteo. Bueno no era un aleteo, era más suave, más delicado, una mancha café pasó frente a él. Un hada. Dijo en un suspiro, y la siguió con la mirada. La mancha llegó a la pared y se detuvo. Vio que no era nada más que una vulgar cucaracha. Tomó un zapato que tenía junto a la cama y con un ágil movimiento la mató. Se sentó de nuevo y dijo. En que estaba pensando, las hadas no existen. Oyó un pequeño grito ahogado. Miró hacia la calle pero no vio nada, con nerviosismo, como quién hubiera cometido un pecado, miró su reloj. Ya era tarde, debía salir inmediatamente, de un solo trago vació la taza. Vio el fondo y dejó caer la taza que se partió en mil pedazos. Las húmedas hojas de té habían tomado la forma de un cuerpo humano, delgado, con un par de alas en su espalda. Ahora solamente estaban los trozos blancos de la porcelana, cubiertos con las húmedas hojas amorfas.

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