Al fin y al cabo estaba acostumbrado
ser el chico de la limpieza de alfombras, el exterminador, el fumigador, el
plomero, pero por qué los homosexuales tenían que elegir esos trabajos falsos
tan maricas “medidor de cortinas” como si no fuera suficiente con aceptar a un
hombre luego de horas de trabajo en su casa. Luego de dejar todas sus credenciales
en cada una de las estaciones de seguridad al fin lo dejaban tomar el ascensor
al piso de su cliente. Vaya crédulos estos, como si se fuera a tardar más de
una hora en medir los espacios de una cortina. Por lo visto sabían que era un maniático
con la decoración, como si eso no fuera suficiente para saber que todos los
hombres que iban a ese piso no iban precisamente a lo que informaban en los
puestos de seguridad. Tocó el timbre, aunque sabía que ya lo esperaba. Sabía
que si llegaba cinco minutos tarde sus clientes estaría un poco más ansiosos y
que haría que sus orgasmos más rápidos. Las mejores eran las mujeres, un par de
caricias en el lugar correcto, ese que nunca tocaban sus maridos era suficiente
para que estuvieran al borde del clímax. Un par de besos bien colocados, los
dedos presionando los puntos correctos, con la intensidad justa, un par de
caricias en el mismo lugar para simular afecto y tenía a sus clientes en la
punta de sus dedos. Esta vez ya estaba un poco retrasado, por eso había tocado
inmediatamente, esperó un momento hasta que al fin le abrió, le dio la mano de
forma seca, sabía que lo hacía porque había una cámara apuntando justo a esa
puerta. Lo dejó entrar con un seco movimiento de la mano, para que pudiera
pasar a través de un pequeño hall. Un paragüero en la entrada lo delataba como
un nostálgico de pacotilla. “Abrí una botella de vino en lo que venías”. Él se
limitó a sonreír y asintió, como quien no le daba importancia, por lo menos le
facilitaba el embriagarse para poder continuar. Aceptó la primera copa y le dio
dos sorbos, tampoco podía permitir que lo emborrachara. Luego de ver que tomaba
su copa y la rebajaba a la mitad sabía que él también luchaba para poder hacer
lo que seguía. Luego de algunos minutos de perorata la botella iba debajo de la
mitad. Por lo visto debía terminarse la botella para que su trabajo estuviera
completo. Así que se sirvió una copa y le dijo “El resto es tuyo” Lo demás que
restaba en la botella lleno la copa casi a rebosar, al fin y al cabo necesitaba
necesitaría alcohol para lo que le esperaba. Repetía la misma rutina siempre,
tocar para que sus clientes se sintieran deseados, aunque cada célula de su
piel que tocara esos senos flácidos, o las incipientes a prominentes barrigas,
o esos muslos llenos de celulitis lo odiaran y le recriminaran con insultos.
Desnudarlos siempre, para que se sintieran esperados, dejar que lo acariciaran,
pero hacerlo él más que ellos. Luego de hacer que esos hombres o mujeres se
sintieran deseados sólo quedaba hacer lo que sabía hacer mejor, llenar un par
de agujeros con frenesí, quería que se quejaran, hacerlos sufrir un poco por
atreverse a ponerle un precio a su cuerpo, con cada empellón debían pagar,
aunque muchas veces parecía que eso era lo que más disfrutaban. Debía mantener
la cabeza fría y no dejarse llevar, siempre era primero el orgasmo del cliente
y luego el suyo. Fingido o no, ya no
sabía tener uno sin fingir, ni fingir sin tener uno. Luego de varios minutos el
cliente estaba satisfecho y él estaba casi listo para partir. Era el momento de
solicitar el pago, al estar desnudos y haber comprobado lo bueno de sus
servicios, muchas veces llegaban a pagarle un poco más. Se levantó buscando el
dinero y salió de la habitación, eso le daba tiempo de curiosear un poco,
observó una gran librera que cubría buen parte de la pared, la mayoría de los
libros eran muy viejos, y los que se miraban más nuevos parecía que nunca
habían sido abiertos. Observó el resto de cosas que habían colgadas en la
pared, cartelones de cine, y cuadros. Se paró en medio de la habitación, sabía
que no debía vestirse todavía, se orientó hacía la ventana y vio la ciudad, con
las luces titilantes y los demás edificios alrededor. Su cliente entró de nuevo
con un fajo de billetes “¿Qué haces?” “Midiendo el espacio de las cortinas” y
sonrió. Ya vestido de nuevo y con el fajo de billetes en el bolsillo salía del
edificio con la misma sonrisa en el rostro. Se puso a pensar que si tal vez si
todo el mundo fuera más abierto con su sexualidad para él sería mucho más fácil
tener este tipo de trabajo. Aunque pensándolo bien no sería así, porque sus
clientes serían libres de tener sexo con quien quisieran, las mujeres
insatisfechas por sus esposos serían libres de obtener lo que querían con quien
quisieran, y los hombres como este que muy probablemente se había casado por
aparentar, podría obtener lo que de verdad querían. No, definitivamente era
mejor para él que las cosas continuaran así.