miércoles, 5 de enero de 2011

Un cigarrillo a media noche

Ya no podía hacer nada más, se sentía tan cansado. Apagó la computadora y se dijo a sí mismo, que el trabajo podía esperar hasta el día siguiente. Necesitaba fumar, más bien, tenía ganas. Era una expresión más suave y no sonaba como una adicción. Siempre tenía una excusa para fumar, especialmente ahora que estaba tratando de dejarlo. Todas esas excusas eran valederas, al menos para sí mismo. Ese día, simplemente, tenía ganas. Seguía sentado sobre la silla, estiró los brazos hacia arriba, e hizo tronar sus dedos. Abrió el cajón inferior del escritorio, este era donde guardaba los utensilios que utilizaba muy de vez en cuando. Ahí estaba una cajetilla casi completa y un encendedor, junto a un cubo plástico lleno de clips y una engrapadora. Tomó la cajetilla y el encendedor. Se puso de pie y dio dos pasos, sacó un cigarrillo y guardo el resto de nuevo. Sabía que llevárselos todos sería una enorme tentación. Se dirigió al balcón, su personal, y único espacio en la casa donde podía fumar. La única razón era porque a “ella” no le agradaba el humo de los cigarrillos. Siempre que hacía algo que no le agradaba a “ella”, la nombraba así. Se habían mudado de la otra casa porque a “ella” no le agradaba estar tan lejos de la ciudad, ni de sus trabajos. El, sinceramente extrañaba las noches en ese enorme jardín, el silencio que reinaba en ese lugar. Ahora el único espacio que podía tener en silencio era la madrugada. Luego de sentarse en esa incómoda silla de mimbre que “ella” había escogido, y que el particularmente odiaba, encendió el cigarrillo. La primera bocanada de humo que llenó sus pulmones la sintió deliciosa. Cerró los ojos y se puso a escuchar. No había casi ningún sonido en el ambiente, solamente el sonido esporádico de algún automóvil que pasaba a toda velocidad por el boulevard que estaba a un par de cuadras. Tomó una nueva bocanada y respiró profundamente, sacó el humo por la nariz. Observó las volutas de humo que desprendía el cigarrillo, como se disipaba y desaparecía. Inhaló de nuevo, esta vez le puso atención al sonido del cigarrillo, crepitaba suavemente. Era parecido al sonido de la leña en el fuego. Nunca le había puesto atención a ese sonido. Esa era otra de las cosas que extrañaba de la otra casa, la chimenea. Inspiró de nuevo un poco de humo, y el sonido le recordó las noches en que se había quedado dormidos frente a esa chimenea, oyendo solamente el crujido de la madera quemándose. Poco a poco el cigarrillo iba consumiéndose, llenando sus pulmones de humo, y su cuerpo de muchas sustancias. Recordaba todas las veces que “ella” había influido en su vida, y no recordaba lo bueno, sino todas las veces que lo había obligado a dejar lo que a él le gustaba. El ejemplo más palpable era ese cigarrillo. Había “dejado” de fumar, por insistencia de “ella”. En realidad no lo había dejado, solamente fumaba cuando y donde "ella" no lo pudiera ver. Era cierto que ahora fumaba menos, pero él no tenía el deseo de dejarlo. Tal vez, ahí estaba el error, él no quería dejar de fumar. De hecho deseaba que ese cigarrillo fuera eterno, que ese instante fuera eterno, y que pudiera fumar siempre que él quisiera. Pero lastimosamente estaba llegando a su fin. Con la última bocanada, tiró la colilla hacía la calle. Se puso a pensar, si de verdad quería seguir fumando, o lo hacía por llevarle la contraria a “ella” en secreto. Podría intentar dejar de fumar. Ese podría le recordó que lo mismo había pensado cuando “ella” le solicito que dejara de fumar. Se levantó y se dirigió al interior de la casa. Luego de guardar el encendedor, se metió en la cama junto a ella. Tenía la cajetilla en la mano. Antes de dormirse la arrojó al pequeño bote de basura del cuarto. Él no lo sabía en ese momento, pero ese cigarrillo a la media noche, había sido el último de su vida.