jueves, 2 de septiembre de 2010

Con un toque de chocolate

Esta mini-historia fue hecha bajo pedido:

La comida había estado deliciosa, aún así el momento tendría que volverse amargo, o al menos ese era el plan, era el momento de llegar a la ruptura. Odiaba esos momentos, el momento previo tal vez era el peor, tenía un discurso preparado de antemano, lo que menos quería era herir sus sentimientos, pero como hacerlo si ya no había amor dentro de su corazón. La palabras nunca alcanzaban, decir esto o decir lo otro, en su mente flotaban y se mezclaban todas las ideas, todas las razones, su mente en ese preciso instante era un completo caos. Ordenaron un postre cada uno, Andrea su preferido, un mousse de chocolate, él, una cremoso helado de fresas, crema y jarabe de chocolate cubriéndolo todo. ¿Por qué eran tan diferentes? En un principio eso fue lo que le dio sabor a la relación, sentían complementarse, pero en ese momento, era la principal razón para terminarlo todo. Se sentía triste pero al mismo tiempo era liberador, se sentía de nuevo libre, sin ningún tipo de ataduras, sería capaz de ser ella misma de nuevo y dejar de ser la novia de alguien. Era un papel que muchas veces sentía impuesto, no se sentía cómoda, que debía hacer y que no, comportarse, ser cariñosa, ser amable. Tal vez ella era así naturalmente, pero el serlo para alguien más lo sentía como una imposición, y esa sensación la hacía sentirse infeliz. Hubo un tiempo en el que aceptaba eso, pues las cosas que la hacían feliz eran muchas más, y al fin y al cabo no era eso lo que esperaba de esa relación, ser feliz. Ahí estaba, frente a ella, la razón de su felicidad y la de su infelicidad, una persona puede ser tantas cosas, y hacernos sentir tantas cosas al mismo tiempo. Justo en ese momento arribaron los postres, con la pequeña cuchara plateada tomaba pequeños pedazos que saboreaba en su boca. El chocolate le encantaba, la hacía sentirse mejor en sus peores momentos, cada cucharada era como un pequeño alivio para su agobiada mente. Los recuerdos comenzaron a llegar a su memoria, cada pedacito le traía uno nuevo. Recordó el momento en el que se conocieron, las primeras palabras que intercambiaron, el primer beso, la primera caricia en la mejilla, la primera vez que los dos se pusieron rojos, la primera sonrisa, la primera vez que se tomaron de las manos. Él seguía ahí, hablándole de cosas sin importancia, pero compartiéndolo con ella, porque ella era única, era especial. Pasó mucho más tiempo del que ella esperaba, luego de un beso que le supo a chocolate, fresas, crema, y algo más que no supo identificar, se tomaron de la mano, y dieron un paseo largo.